Neimhaim. El azor y los cuervos de Aranzazu Serrano Lorenzo
De una forma inaudita, en Soren había encontrado el consuelo que nadie más había sido capaz de darle. Aquella noche del solsticio él le mostró una gran verdad: que aunque ya no era djendel aún seguía siendo una persona. Le hizo ver que había quedado libre de las cadenas morales que hasta ese día la habían apresado. La sacó de su estado de apatía con la fuerza de su deseo, se abrió paso dentro de ella con un calor esperanzado, le regaló un inusitado placer y, lo más importante, la esperanza de que podría ser feliz en una nueva vida.
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