Neimhaim. El azor y los cuervos de Aranzazu Serrano Lorenzo
Se sintió iracundo al ver el despojo en el que la sanadora se había convertido. La injusticia de su condena le hería fieramente. Esto es lo que nuestros magnánimos reyes han conseguido, pensó con acidez. Así recompensan a alguien que solo quiso ayudar a otro que había sufrido. Retiró con cuidado el pelo que ocultaba su semblante. —Ven conmigo —le dijo. Sus ojos claros, que no hacía mucho le habían mirado con temor, se alzaron hacia él sin ánimo ninguno. Estaba castrada, amputada. Antes la había considerado una djendel refinada e la corte, una pura sangre, altiva como si amiga Sygnet, pero en ese instante se dio cuenta de lo mucho que se había equivocado con ella. La sanadora, que jamás volvería a serlo, era mucho más que eso. Ahora estaba muerta, pero él le daría la vida de nuevo. |