Un diamante ruso de Anne Marie Cross
(…) Él la necesitaba, y ella estaba dispuesta a bajar hasta el infierno que habitaba en su interior para rescatar su corazón herido.
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Un diamante ruso de Anne Marie Cross
(…) Él la necesitaba, y ella estaba dispuesta a bajar hasta el infierno que habitaba en su interior para rescatar su corazón herido.
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Un diamante ruso de Anne Marie Cross
(…) Desde que te conocí, te colaste en mi corazón, no como una brisa suave, sino como un repentino huracán que barrió con todas mis creencias y con los principios a los que me he agarrado durante toda mi vida: que el amor no podía ser eterno. Te amo como nunca creí que podría amar a nadie, y si tuviera que comprar una eternidad a tu lado con mi propia sangre, lo haría sin dudarlo —le aseguró.
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Un diamante ruso de Anne Marie Cross
(…) Él… él era risa pura y alegría; el motivo que hacía latir su corazón; el fuego que encendía sus entrañas con cada mirada, cada roce y cada beso. Era un anhelo secreto, un deseo oculto y apasionado, la esperanza de un mañana juntos; el hombre que llenaba de sentido la palabra «amor».
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El perfecto mayordomo de Anne Marie Cross
—Me gustas, señorita Smith. Mucho —musitó con voz algo pastosa a causa del sueño, que parecía reclamarlo—. Y me intrigas. Eres como un delicioso enigma. Sus palabras se fueron desvaneciendo hasta perderse en la penumbra del dormitorio. —Tú también me gustas, James —respondió ella, sabedora de que él se hallaba dormido. Su voz, teñida de tristeza, era poco más que un susurro—, pero no siempre podemos tener lo que queremos. |
Un diamante ruso de Anne Marie Cross
(…) Quizá era posible amar para siempre, pensó, porque había amores para los que no bastaba solo una vida. Lo sabía porque lo sentía en su pecho, con tanta fuerza que casi le dolía.
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Un diamante ruso de Anne Marie Cross
No quería soltarla, no quería que ella desapareciera de su vida, porque, aunque Mary no lo supiera, aunque él no hubiera sido capaz de decírselo, el corazón que latía bajo el lugar donde descansaba en ese momento su cabeza le pertenecía. Para siempre. Para toda la eternidad. |
Un diamante ruso de Anne Marie Cross
(…) Soy galante con las damas, aunque en estos momentos solo me interesa una, y soy un hombre que ama las joyas; de manera especial, los diamantes. —Esbozó una sonrisa pícara que hizo que el corazón de Mary se saltara un latido, mientras se preguntaba por el sentido de sus palabras—. Los diamantes rusos, con todas sus aristas…
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Un diamante ruso de Anne Marie Cross
—Tranquilo, no tengo intención alguna de poner una mano sobre lady Mary. Esa mujer es demasiado terca e indomable para que merezca mi atención. No aguantaría a su lado ni un minuto más de lo necesario. Algo se removió en el interior de Valentin, como si su corazón no estuviese de acuerdo con las palabras que su boca acababa de pronunciar. |
Un diamante ruso de Anne Marie Cross
—¿Qué vas a saber tú sobre cómo visten las mujeres rusas? —replicó, indignada, tuteándolo por primera vez. Valentin sonrió para sus adentros y se acercó a ella hasta casi pegarse a su espalda. Sabía que no debía hacerlo, pero ella lo tentaba de mil maneras. —Quizá no sepa nada sobre cómo vestir a una mujer, milady, pero le aseguro que soy un experto en desvestirlas —le susurró. |
Un diamante ruso de Anne Marie Cross
(…) Quiero poder elegir, tengo derecho a ello, tanto como cualquier otra persona. Ser mujer no me hace menos inteligente, ni tampoco me convierte en un objeto de adorno que pueda comprar el mejor postor.
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El perfecto mayordomo de Anne Marie Cross
—Prométeme que volverás —le rogó. Él se acercó y depositó un beso suave y rápido en sus labios. —Nada me impedirá volver a ti siempre, amor mío. |
El perfecto mayordomo de Anne Marie Cross
Había nacido con un título y riquezas, y siempre creyó que lo tenía todo en la vida, hasta que la había conocido a ella. Entonces se había dado cuenta de que, en realidad, le faltaba todo, porque sin Elisabeth a su lado la vida no era nada. Por eso, pretendía tener a su lado más que una vida, toda una eternidad. Solo debía pensar el cómo y el cuándo decírselo, y convencerla para que dijese que sí, claro. (…)
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El perfecto mayordomo de Anne Marie Cross
(…) Sabía que la deseaba, pero lo que sentía en ese momento iba más allá del deseo. La quería en su vida, a su lado, para despertar junto a ella cada mañana. Desde la muerte de sus padres solo había vivido para ser lord Hallbrook, marqués y diplomático del Gobierno inglés, y cumplir con todas sus responsabilidades. De alguna forma, había olvidado que también era un hombre. El señor Hall, el perfecto mayordomo, le había enseñado que no solo tenía que vivir la vida, sino también disfrutarla.
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El perfecto mayordomo de Anne Marie Cross
—Todo irá bien —le susurró mientras depositaba un beso en su frente—. Yo cuidaré de ti.
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El perfecto mayordomo de Anne Marie Cross
James vio el brillo de anhelo en los preciosos ojos de Elisabeth y, en aquel momento, todo a su alrededor desapareció. Olvidó que era solo una doncella, de la que lord Hallbrook no podía enamorarse jamás, que escondía secretos y que, quizá, era una traidora a Inglaterra. Solo podía pensar en lo que le decía su corazón con cada latido: que ya era tarde, porque ya estaba enamorado de ella, que no le importaban sus secretos, y que deseaba besarla hasta que se olvidara de Inglaterra, de Rusia y hasta de su nombre.
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Gregorio Samsa es un ...