El perfecto mayordomo de Anne Marie Cross
—Me gustas, señorita Smith. Mucho —musitó con voz algo pastosa a causa del sueño, que parecía reclamarlo—. Y me intrigas. Eres como un delicioso enigma. Sus palabras se fueron desvaneciendo hasta perderse en la penumbra del dormitorio. —Tú también me gustas, James —respondió ella, sabedora de que él se hallaba dormido. Su voz, teñida de tristeza, era poco más que un susurro—, pero no siempre podemos tener lo que queremos. |