El perfecto mayordomo de Anne Marie Cross
James vio el brillo de anhelo en los preciosos ojos de Elisabeth y, en aquel momento, todo a su alrededor desapareció. Olvidó que era solo una doncella, de la que lord Hallbrook no podía enamorarse jamás, que escondía secretos y que, quizá, era una traidora a Inglaterra. Solo podía pensar en lo que le decía su corazón con cada latido: que ya era tarde, porque ya estaba enamorado de ella, que no le importaban sus secretos, y que deseaba besarla hasta que se olvidara de Inglaterra, de Rusia y hasta de su nombre.
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