Susurros de
A.G. Howard
De nuevo vuelvo a sentir la indiscutible noción de que ya he vivido aquí, de que lo conozco. Reconozco, mejor dicho, este lugar gracias a las pesadillas de Alicia. Estamos en la madriguera de la Oruga: el guardián de la sabiduría del País de las Maravillas.
—No parece muy especial, mi señor —dice Sedosa, flotando por encima del espeso humo que cubre la parte superior de la seta, ocultando lo que sea que vive sobre ella—. Está cubierta de barro de pies a cabeza, y apesta a ostras.
—Eso es porque acaba de vaciar un océano, querida. Debe de haber sido una tarea de lo más cansada, ¿no te parece?
Todo mi ser tiembla al oír ese profundo acento. Líquido, masculino, sensual. Es él. Mi guía de las profundidades. Si pudiera distinguirle, si la nube de humo se disipara.