En las noches de luna, en casas de la orilla, quién sabe si en lo hondo de alguna casa céntrica, rasguean guitarras en sordina, preñadas de melancolía, lenguas de los deseos.
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En las noches de luna, en casas de la orilla, quién sabe si en lo hondo de alguna casa céntrica, rasguean guitarras en sordina, preñadas de melancolía, lenguas de los deseos.
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Entre mujeres enlutadas pasa la vida. Llega la muerte. O el amor. El amor, que es la más extraña, la más extrema forma de morir; la más peligrosa y temida forma de vivir el morir.
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Distanciamiento y adustez también se rompen cuando llegan las horas graves de la miseria humana: enfermedades, muertes, tristezas, reveses; brazos y manos mueven sus goznes, humedécense las palabras y los ojos, las casas se abren, las gentes se visitan. Y transcurrido el motivo, las manos y las almas vuelven a cerrarse, impasiblemente.
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Pueblo seco. Sin árboles, hortalizas ni jardines. Seco hasta para dolerse, sin lágrimas en el llorar. Sin mendicantes o pedigüeños gemebundos. El pobre habla al rico lleno de un decoro, de una dignidad, que poco falta para ser altanería.
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¿Con qué frase empieza esta novela?