Jane Austen en la intimidad

Podría parecer injusto que Mary sea vilipendiada por el mero haberse metido de lleno en la música y en la lectura para tener algo que ofrecer en lugar de esa belleza de la que carece. Pero lo qeu Jane intenta demostrar, algo que podría pasarse por alto hoy en día, es que las destrezas de Mary carecen de corazón. Cita frases de las grandes obras de la literatura, pero no las entiende. Toca, pero su interpretación no conmueve al oyente. Hannah More concluyó que, en último término, dichas habilidades eran inútiles porque no ayudaban a las chicas a encontrar marido. «Lo que él quiere es una compañera, no una artista (...) alguien que le ayude en sus asuntos, que aligere sus cargas, que alivie sus penas, que ensalce sus alegrías, afiance sus principios y eduque a sus hijos.» Jane no se oponía tan rotundamente al cultivo de destrezas y se enorgullecía de las suyas.

Cuando Jane regresó a casa después de su estancia en la granja Cheesedown, quedó relegada al papel de miembro menos importante de la familia, la hija pequeña, el juguetito de su maternal hermana mayor, Cassandra. De carrillos regordetes con tendencia a sonrojarse, era de naturaleza introvertida, así que buscó «un refugio seguro en el silencio». En años posteriores, Jane lamentaría haber sido tan tímida de niña. Escribió en todo envidioso acerca de la seguridad en ella misma de una amiga más joven: «una chica simpática, natural, abierta y afectuosa, dotada de buenas maneras que vemos en los niños educados de hoy; distinta en todo a mí misma a su edad, que a menudo soy toda estupor y vergüenza».

La señora Austen no había caído de un guindo; se esperaba de ella que contribuyera con su trabajo a la unidad familiar. Comprendió que un hombre como George Austen quería —no, necesitaba— una esposa capaz de sacar adelante un hogar. No se casaba con una mujer; se casaba con un estilo de vida. Era imposible soslayarlo. En el primer párrafo del primer libro que publicó su hija Jane, Sentido y sensibilidad, aparece un hombre que, al igual que su padre, «tuvo en su hermana una constante compañera y ama de casa». La acción se desencadena a raíz de la muerte de ésta, porque él no sabe cómo salir adelante sin la ayuda de una mujer que se ocupe de la casa; así que decide reemplazarla. El señor Austen, que nunca fue un sentimental, llegaría a referirse a la señora Austen como «mi ama de casa».

El paso de Jane por la vida, tan sereno en apariencia, se ha desvelado inexorablemente marcado por puertas que se cierran, rutas que se desvían, opciones malogradas. Su principal hazaña fue la de forzar esas puertas, por poco que fuera, para que las generaciones venideras pudiéramos cruzarlas.

Pero también escribía para sus amigas solteras, para Martha Lloyd, Cassandra y la señorita Sharp. Incluyó deprisa y corriendo los finales felices que la sociedad demandaba, pero de pasada, casi por obligación. uno no tiene por qué creer en los finales felices de Jane si no quiere.
Yo prefiero considerarlos la última carcajada de la banda de las solteronas.

Catharine Morland «era lo opuesto a uno heroína», y «de vez en cuando se portaba como una boba». La mayor hazaña de Jane sería conseguir que las chicas normales, imperfectas, de carne y hueso que leían sus libros pensaran que también ellas tenían madera de heroínas.

Una vez preguntaron a Jane cuál era su favorito de todos sus personajes y ella respondió: «Edmund Betram y el señor Knightley; pero no se parecen en nada a cómo son, por lo que yo sé, los caballeros ingleses en la vida real». Y gracias a Dios que Jane no conoció a ningún Edmund Betram o señor Knightley de verdad, porque de haber sido así se habría casado y sin duda, como le sucedió a su sobrina Anna, se habría dedicado a concebir seres humanos y no novelas.

La mayor hazaña de Jane sería conseguir que las chicas normales, imperfectas, de carne y hueso que leían sus libros pensaran que también ellas madera de heroínas.

Cuesta resistirse a identificar a Anne con Jane, una tentación que la hermana de la escritora no hizo sino incrementar. Cassandra, por lo general tan circunspecta y reservada, nos ofrece un raro atisbo de sus propios sentimientos en relación con la vida de Jane, quizás con un regustos triste después de tanta prudencia y tantos amores perdidos. En su ejemplar personal de Persuasión, Cassandra señaló esta frase: «La obligaron a ser prudente en su juventud, aprendió a ser romántica con el paso de los años; consecuencia natural de un comienzo antinatural».
«¡Queridísima Jane! —comentó Cassandra al respecto—, eso merece ser escrito en letras de oro».

Bronte hace una descripción inolvidable de Orgullo y prejuicio como «un jardín cuidadosamente vallado, muy atendido, con bordes limpios y delicadas flores, pero sin el menor atisbo de una fisionomía vívida y luminosa. Ningún campo abierto, nada de aire fresco, ninguna colina azul, ni un gesto agradable. No me gustaría vivir con esas damas y caballeros en sus elegantes pero asfixiantes casas.» Concluye su demoledora crítica diciendo: «estas observaciones seguramente irritarán a más de uno». Sí, Charlotte Brontë, nos irrita, porque difícilmente habrías podido escribir Jane Eyre a menos que Jane Austen hubiera construido antes algo que mereciera la pena demoler.
Concedamos a Virginia Woolf la última palabra:

Jane Austen nació antes de que las Brontë arrancaran estas ataduras que (nos dicen) protegían a la mujer de la verdad, o de que George Eliot las desnudara a conciencia. Sea como sea, lo cierto es que Jane Austen sabía mucho más acerca de los hombres que ninguna de ellas. Puede que Jane Austen estuviera protegida de la verdad, pero una ínfima parte de la verdad quedaría protegida de Jane Austen.