Puesto que nunca habíamos pedido ayuda, era posible creer que nos la prestarían. Contarles la verdad entrañaba un riesgo que resultaba inconcebible: el de descubrir que ya la conocían.
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Puesto que nunca habíamos pedido ayuda, era posible creer que nos la prestarían. Contarles la verdad entrañaba un riesgo que resultaba inconcebible: el de descubrir que ya la conocían.
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(…) y solo entonces comprendí, como no lo había comprendido antes, que, pese a haber renunciado al mundo de mi padre, me había faltado el valor para vivir en este.
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No eres oropel, que brilla con determinada luz. La persona en que te conviertas, la persona que llegues a ser, es quien siempre has sido. Ha estado en ti desde el principio. (...) Eres oro. Y que regreses a la BYU, o incluso a la montaña donde naciste, no cambiará quien eres. Es posible que cambie la manera en que te ven los demás, y aun la manera en que te ves a ti misma, pues hasta el oro parece mate con cierta iluminación. Sin embargo, eso solo es la apariencia. Y siempre lo ha sido.
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Toleraba cualquier forma de crueldad mejor que la amabilidad. Los elogios eran un veneno para mí; se me atragantaban.
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No le hablé de mi vida anterior ni le bosquejé el mundo que había invadido y aniquilado el que ambos compartíamos.
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(…) me preguntó en qué podía ayudarme y respondí que no lo sabía. Nadie podía darme lo que deseaba, puesto que deseaba que me rehicieran.
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Lo verdaderamente importante para mí no eran el amor ni la amistad, sino mi capacidad de mentirme de manera convincente a mí misma: de creerme fuerte.
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No obstante, sabía que, fuera cual fuese el resultado, me marcharía. Me iría a cualquier parte, aunque no fuera una universidad.(...) Había rechazado un aspecto de mi hogar que de pronto me rechazaba a mí.
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Ese momento determinaría mi recuerdo de aquella noche, y de otras muchas como esa, durante una década. En él me veía inquebrantable e insensible como una piedra. Al principio me limité a creerlo, hasta que un día llegó a ser cierto. Entonces fui capaz de decirme a mí misma sin mentir que aquello no me afectaba, que él no me afectaba, porque nada podía afectarme. No me daba cuenta de la razón que tenía y de lo enfermizo que eso era. De que me había vaciado por dentro. Con toda mi obsesión por las consecuencias de aquella noche, no supe entender una verdad esencial: que el efecto era que no me afectara.
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(…) observé en el espejo a la chica que se agarraba la muñeca. Tenía los ojos vidriosos y le caían gotas por las mejillas. La odié por su debilidad, por tener un corazón que destrozar. Que él pudiera hacerle daño, que alguien pudiera hacerle daño de esa manera, era imperdonable.
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La leyenda de Sleepy Hollow es un relato corto de terror y romanticismo, se desarrolla en los alrededores de...