Y en sus ojos, en los ojos de aquellas negras viejas se sintetizaba su propia vida: un puré de tragedia y humor, de perversidad y serenidad, de realidad y fantasía.
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Y en sus ojos, en los ojos de aquellas negras viejas se sintetizaba su propia vida: un puré de tragedia y humor, de perversidad y serenidad, de realidad y fantasía.
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Equiparando belleza física con virtud, Pauline desgarró su mente, la trabó, y recogió a montones el desprecio hacia sí misma. Olvidó el placer carnal y el simple cariño. Pasó a considerar el amor como un apareamiento posesivo y la ilusión romántica como la meta del espíritu.
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Además, las personas de color, en el norte, eran diferentes. Gente presumida, como de clase alta. No mejores que los blancos en cuestión de mezquindad y mal genio.
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Fuera, el viento de marzo se coló por el desgarrón de su vestido. Bajó la cabeza para resguardarse del frío. Pero con ello no pudo evitar la visión de los copos de nieve que caían y morían sobre el pavimento.
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La conversación de las personas mayores es como un baile mansamente revoltoso: un sonido encuentra otro sonido, le hace una reverencia, se bambolea y se retira. Entra un tercer sonido, pero es desairado por un cuarto: ambos describen círculos uno en torno a otro y se paran. Unas veces las palabras ascienden en orgullosas espirales, otras hacen cabriolas estridentes, y todo ello es punteado por cálidas modulaciones de risa que son como el latir de un corazón de jalea.
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Las palabras salían en globitos de los labios y flotaban en el aire sobre nuestras cabezas: silenciosas, desunidas y gratamente misteriosas.
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O mejor dicho, el dolor era productivo y fructificante. El amor, oscuro y espeso como el jarabe Alaga, introducía poco a poco su alivio por aquella ventana agrietada. Podía olerlo, saborearlo, dulce, almizcleño, con un punto de ajoplata en la base, esparcido por toda la casa.
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Aunque nadie diga nada, en el otoño de 1941 no hubo caléndulas.
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Leía vorazmente pero asimilaba selectivamente, eligiendo los bocados y porciones de las ideas ajenas que respaldasen cualquier predilección que sintiera en aquel momento.
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Atrapada, pues, en la restrictiva convicción de que sólo un milagro podía socorrerla, no percibiría nunca su propia belleza. Sólo vería lo que tenía delante : los ojos de las demás personas.
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Es un poema épico griego compuesto por 24 cantos, atribuido al poeta griego Homero. Narra la vuelta a casa, tras la guerra de Troya, del héroe griego Ulises