—Andá, por favor —me pidió, con la voz quebrada—. El nombre ya no importa. —El nombre sí importa, señora. La gente ya dejó de desaparecer hace rato. |
—Andá, por favor —me pidió, con la voz quebrada—. El nombre ya no importa. —El nombre sí importa, señora. La gente ya dejó de desaparecer hace rato. |
Me robó una carcajada que trepó hasta el techo, como iluminando toda la piecita de Congreso que alquilamos juntas, convencidas de que, por algún motivo, el mundo empezaba a ser un lugar más amable para un par de travestis a las que ya les habían sucedido demasiadas cosas tristes.
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—¡Yo te quería de verdad! —le grité, sin dejar de retorcerme en la cama—. ¡Yo te quería cuidar! —¡Y yo te quería cuidar a vos, mi amor! —dijo ella, entre sollozos—. Yo quería ser la casa que nunca tuviste. |
Cualquier cama es nido cuando el mundo afuera de las sábanas es demasiado doloroso.
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La única casa en la que había vivido alguna vez resultó ser mi primer infierno [...]
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La consciencia de mi identidad me había dado más lágrimas que sonrisas y ya estaba agotada de tanto prometerme que mañana el mundo sería un lugar más amable conmigo.
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Un par de años más y agarrás la ruta, hacés la tuya. Pero querete, tarada. Querete mucho, porque si vos no te querés, no te va a querer nadie. Querete a pesar de la gente de mierda que busca convencerte de que estás enferma. Querete para poder sobrevivir. Querete para poder cuidar a las que son como vos, o como yo, pero no se quieren. Querete aunque te traten peor que a un hongo que crece en la comida. ¡Total, qué saben los hombres sobre los hongos! Vos elegís a qué lado aferrarte. Un lado te va a hacer crecer, el otro lado te va a hacer destruir
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—Y entonces, ¿quién sos? —le preguntó, y el humo denso del cigarrillo dibujó un círculo perfecto que trepó hasta el cielorraso. —No estoy seguro… No estoy segura. Siento que ya cambié tantas veces desde que me levanté hoy a la mañana... —No entiendo qué querés decir —respondió la otra—. Explicame. —No sé explicarme, no me siento yo mismo. Ser tantas personas a la vez es muy difícil. |
No me tenés que explicar nada. Entre nosotras nos reconocemos. Como… cuando dos inmortales se encuentran en el mismo lugar y se presienten.
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—Veo… veo… que vas a ser una hermosa princesa. Cristóbal se murió de risa, claro, pero esa noche, antes de dormirse, pensó que sería lindo ser una princesa porque podría usar todos los vestidos de la abuela Amanda y papá no le diría nada ni se enojaría, porque las princesas sí pueden usar vestido. |
Manolito ...