Como lectora, era omnívora: devoraba libros de ciencia, matemáticas, historia, teatro y poesía. En sus estanterías no cabía ni un solo volumen más, así que en su tocador convivían el colorete y Dorothy Parker, el rimel y Montaigne. Su guardarropa lo compartían Horacio y los zapatos de tacón, las medias y Steinbeck.
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