Diez mujeres

No importa el pasado, ya sucedió. No existe el futuro. Brindo por lo único que se verdad poseemos: el presente.

Samuel Beckett escribió una frase que suelo citarme en silencio cuando me viene la duda sobre mi proceder: “Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”.

No sé cómo habría sido este tiempo malo sin ellas. Y también los buenos. Las mujeres entre mujeres saben no sentirse solas. Los hombres entre hombres, sí.

Ningún sentido esperar el momento adecuado, nunca llega. No existe ese momento.

La vejez tiene, sin embargo, una cosa fantástica: nadie espera nada de una. El fin de las expectativas. Ya es muy tarde para muchas cosas, para casi todo. Por lo tanto, ya es muy tarde para volverte loca.
[…] La falta de ambición de la vejez da espacio para cosas buenas y da mucha, mucha libertad.

Que a veces me enfrío, que a veces me paralizo, que a veces me convierto en objetivo distante y desprovisto de compasión, me parece irrelevante. Porque he hecho lo único importante que podía hacer: quebré la línea de la herencia, quebré la repetición m. Mis hijas están a salvo.

Cuando llegué donde Natasha yo sabía que mi terapia era de vida o muerte: debía cortar de raíz la línea materna, detener la repetición. Entiéndame, no es un problema de genes o de ADN, es un tema de traspaso en la crianza. Todo estaba confabulado para que yo misma fuera perversa, una abusadora o maltrata dora. Sin saberlo, acudí a una enorme energía interna, me casé y tuve hijos, luchando cada día por ello, cada día. A veces me pregunto de dónde saqué esa energía.
[…] Creo que fue el instinto, el puto instinto.
Yo no tenía una imagen interna de cómo era una familia normal. La verdad es que soy un milagro.

No lamento tener sesenta y un años. Casi diría que al contrario: esta edad me ha permitido la quietud, un nuevo sosiego. No importa el pasado, ya sucedió. No existe el futuro. Brindo por lo único que de verdad poseemos: el presente.