pequeñas mujeres rojas

Desde que llegaron a Azafrán, Rosa y Paula habían escuchado tristezas, ausencias, recuperaciones, metamorfosis, furias, hambre y sed, no de venganza, sino de reparación y justicia.

Ahora, quedamos atentas. Llegan, con aires de libertad y sonrisa blanqueada por el láser, los vástagos de nuestros embalsamadores. Sonríen en la foto, ocupan su escaño en el Parlamento, apelan a nuestra descendencia —se la quieren meter en el bolsillo—, se dicen salvadores de la patria, aprenden a contar hasta uno, rezan en las plazas públicas, apuntan al corazón de la cierva con su mira telescópica. Buscan criados. Señalan a las mujeres muertas —infanticidas, brujas, mentirosas— y a los niños perdidos —asesinos, sacrílegos, analfabetos—. Y es verdad que no somos iguales.

A veces las riquezas son el pago por los servicios prestados. Puede que una vez los ricos fuesen los obedientes.

Paula viene a hacer preguntas para desenterrar huesos.

Ahora vuelven a pasear por las calles españoles con pistolas a los que se les llena la boca llamándose es-pa-ño-les. Quieren electrificar con alambre de espino y cuchillas el perímetro de nuestros 5.978 kilómetros de costa.(...)Los verdaderos es-pa-ño-les quieren taparles la boca a nuestras risueñas mujeres.(...)

El dolor nos descompone anticipadamente. Es una lepra.

¿Uno es de donde nace o de donde va a morir?, ¿de donde desagua?, ¿del manantial o de la desembocadura? Del delta.

Crecer es saber cómo te llamas porque lo dice la losa que te han echado encima.

Somos los niños perdidos y las mujeres muertas que le acariciaremos los labios y le provocaremos sed, angustia, calambres, cuando lleguen los peligros.

"Lo importante eran los abuelos de todo un país y los hijos de los hijos de los abuelos de todo un país que no podía reducirse a aquella colección de momias."