Aráoz y la verdad

Lo que más lo asombró fue que su memoria hubiese sido capaz de enterrarlo durante tanto tiempo. Después pensó un poco más, y se dio cuenta de que hay un montón de cosas que uno entierra así, con apariencias de eternidad. Porque, de lo contrario, vivir es imposible.

Sería tan sencilla la vida si hubiera siempre a dónde ir.

-A veces la gente mira nomás lo que tiene encima de las narices. Más lejos no mira. Más allá no ve un carajo.

[…] la regla número uno para combatir el insomnio es jamás, pero jamás de los jamases, mirar la hora en el reloj despertador.

Le da lo mismo matarse que seguir vivo. Así que va a seguir vivo. Resulta menos trabajoso que matarse.

Treinta años después Aráoz va pensando, mientras abre la puerta y siente la noche fresca, casi fría, que los pasos que damos al principio de la vida son tan hondos que desde entonces no podemos sino caminar una y otra vez por esas huellas.

Lo que pasa es que algunas palabras son complicadas. "Conocer" a alguien. "Ser amigo" de alguien. No sé. A veces me parece que son cosas que uno no puedo decir ni de uno mismo, ¿no le parece?

A él no le molestaría seguir de la mano, porque le gusta que lo traten como grande pero también le gustaría que su padre le diera la mano. Que le diera más la mano. No solo para cruzar la avenida.