Las montañas de Hoodoo, en el norte del estado de Idaho, son el escenario donde transcurre una novela en la que el paisaje desempeña un importante papel. A diferencia de las inmensas praderas que se extienden al sur, la montaña a la que se trasladan Wade y Jenny en los años ochenta es un territorio inhóspito cubierto de pinos ponderosa y apenas poblado, donde el verdor y la belleza de la primavera contrastan con los largos inviernos en los que la nieve aísla aún más a los escasos vecinos de la zona. Una población envejecida, tan solo un puñado de niños y la amenaza de animales salvajes completan un paisaje imponente en el que la familia Mitchell, y más tarde Ann, conocen la felicidad, y también, la tragedia. Con una estructura fragmentada que zigzaguea entre pasado y presente, deconstruyendo la cronología de los acontecimientos, esta novela está narrada a través de un caleidoscopio de puntos de vista de personajes que son testigos indirectos de lo acontecido, como Ann, la compañera de celda de Jenny, o incluso, un perro sabueso que sigue el rastro de June. Entre aquello que se cuenta y la manera en que se narra se entabla una correspondencia que añade capas de sentido a una historia hecha de una memoria que se desvanece, de lagunas que solo la imaginación puede llenar, y de actos que no se nombran porque no hay palabras para contener el dolor y la culpa de una madre que un día de agosto se desliza por el imperceptible conducto que puede llevarla del amor maternal a la violencia más brutal. + Leer más |