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Crítica de Maya


Maya
05 August 2022
La última cabaña de Yolanda Regidor es ante todo una novela de superación. Desde el comienzo de la pandemia he leído varias historias en las que el protagonista huye de un pasado que le mortifica y se instala en algún lugar retirado de la gente: La forastera de Olga Merino, Los besos de Manuel Vilas, Un amor de Sara Mesa o Los nombres prestados de Alexis Ravelo.
Dice Yolanda Regidor que cuando todo nos va mal, es a la naturaleza a donde acudimos para sanarnos.

Volviendo a nuestro libro, El Escolta (mote que le ponen en el pueblo) se retira a una casa en las afueras de un pueblo montañoso, huyendo de su pasado, de la gente y en definitiva de sí mismo. Sin saber por qué, comienza a escribir un diario en el que va vomitando todas las cosas que le han llevado donde está. Vamos pues reviviendo su pasado, intercalado con su día a día en la cabaña.

Este diario es la vuelta a una infancia desgraciada, marcada por el desamor de sus padres y de su hermano que desemboca en una tragedia que le persigue hasta el día de hoy. Y como no, una historia de desamor que termina de desgarrar su ya roto corazón.

“Vine para estar solo, y me sentí muy solo… sin embargo, en la máxima soledad dejé de sentirme así. He comprendido que el mayor vacío de un hombre es la incapacidad de huir de sí mismo, y que solo se puede escapar de uno a través de los demás”

Pero cuando el Escolta busca la redención en la soledad, comienza a sentirse solo. ¿Por qué la autora nos transmite estos sentimientos a través de un hombre? Porque quiere que su protagonista lleve a cuestas, además del resto de pesares, el síndrome de Caín, la culpa primigenia de haber matado a su hermano.

Como en todas estas novelas de supervivencia, el autor nos cuenta que es imposible huir del pasado y de nuestros errores, ya que nos persiguen allá a donde vayamos. La redención solo puede venir de las personas que vamos encontrando: un anciano, una tendera, un lobezno y un niño que busca tus brazos.

“No se puede borrar el pasado ni los surcos que deja”

En la primera parte de la vida de nuestro protagonista nadie tiene nombre. La llegada a la cabaña trae consigo los nombres de lo que le rodea: personas animales, árboles, sensaciones…Los libros que le acompañaron en su vida y que ahora sirven para alimentar el fuego de su chimenea

La autora nos hace reflexionar sobre la indefensión de la niñez y de cómo la adolescencia y nuestras decisiones marcan el futuro del adulto que seremos.

Me ha llamado poderosamente lo que dice el Escolta sobre la tristeza y cómo nos atrapa en sus garras si no luchamos con uñas y dientes:

“Es peligroso dejarse llevar por la melancolía."

Si, es un trastorno morboso. La melancolía es traicionera: siempre se presenta como algo cálido y ligero, tranquilo y reposado, e incluso llegamos a ver belleza en ese camino directo hacia el desasosiego. Una vas allí, es complicado desandar lo andado.”
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