El Marqués de Bradomín, es uno de los grandes personajes que nos ha dado la literatura en lengua castellana. Nacido de la mano de Valle Inclán, que maneja como nadie el empleo del sarcasmo en sus obras, este su personaje más icónico, protagonista de sus cuatro famosas Sonatas no es más que una interpretación grotesca del mitico y estereotípico personaje de Don Juan, mil y unas veces versionado. En esta ocasión se trata de un marqués que pese a, tal y como lo describe el propio autor, ser “feo, católico y sentimental” es un seductor nato. Y será el mismo quien nos cuente en primera persona sus conquistas y los pasajes más significativos de su vida. En “Sonata de Primavera” el marqués nos narra un episodio de su juventud, su viaje a Italia como mensajero del Papa para visitar a un obispo que se encuentra en su lecho de muerte en un palacio propiedad de su cuñada la princesa Gaetani, una antigua conocida del Marqués. Y allí Bradomin se prenda de la hija de ésta, una bellisima e inocente jovencita con gran vocación religiosa que en breve ingresará como novicia en un convento. Y el Marqués, desenmascarando su lado más desconsiderado, frívolo y caprichoso, se empeña en conquistarla sin tener ningun respeto ni consideración a nada ni a nadie. Una obra que narrada con gran cinismo, emplea un lenguaje formal y muy cuidado, muchas veces hasta arcaico y salpicado de cultismos, que hacen que esta lectura resulte a ratos un tanto pesada. Si a esto le añadimos una trama que se desarrolla en ese ambiente elitista y refinado propio de nobles y prelados y que gira en torno a un personaje egocéntrico y vanidoso hasta límites insospechados a quien parecen importarle únicamente la búsqueda de la belleza y su propio placer, con total desprecio a la estela de acontecimientos dramáticos que deja a su paso, he de decir en honor a la verdad que esta lectura me ha resultado algo decepcionante, muy alejada de la maravillosa “Luces de bohemia”, y el Marques de Bradomin un personaje desagradable y exasperante al extremo que poco tiene que ver con el inolvidable Max Estrella. Esperaba más de la genialidad de que es capaz este magnífico autor. + Leer más |
Manuel Vicent (Villavieja, 1936) todavía conserva el libro que su maestro en la escuela le regaló el día de su primera comunión: Lo que puede más que el hombre. Un libro infantil de coloridas ilustraciones que ojea entusiasmado como si siguiese siendo el niño libre y curioso que se pasaba las horas leyendo cómics hace siete décadas. “La imagen de la chimenea de mi casa el día que vino el maestro Don Manuel siempre ha perdurado en mi memoria”, dice mientras pasa las páginas y se detiene en un dibujo en el que un hombre es atacado por un lobo.
Con seis años, el escritor valenciano solía emular a El Hombre Enmascarado, escapándose de expedición por la montaña para buscar bombas y vestigios de la guerra civil entre las trincheras. Las voces de su niñez: el sonido del mar, la brisa del Mediterráneo, los recuerdos de la posguerra..., siempre han estado presentes en su obra. “Y no he podido salir de ahí. Cuando me vine a Madrid desde Valencia, perdí mi sitio, mi territorio, así que lo convertí en literatura. He viajado por muchos lugares, pero a mí que me conozcan en Japón o en Australia no me interesa nada. ¡Si no voy a ir jamás!”, afirma con vehemencia. “Me interesa que me conozca el tendero de al lado de mi casa”.
En octubre, Manuel Vicent publicó su último libro, Retrato de una mujer moderna, “la crónica sentimental de una posguerra” con la voz y la vida de Concha Piquer como protagonistas. Aunque ahora mismo, con ochenta y seis años, de lo que más disfruta es releyendo literatura y escuchando música que le gustó en el pasado. “Para mí leer es como volar”, comenta sentado en el lateral de la cama de la biblioteca. Allí duerme todas las noches, arropado por unas trescientas primeras ediciones, entre las que sobresalen las obras completas de Baroja y Valle Inclán.