Las rendiciones de cuentas siempre tienen algo de cruel para el que las hace consigo mismo. Incitan al remordimiento. El ajusticiado se fustiga por el daño que cree haber infligido. Recrea una realidad que no se ajusta del todo a ella. Bucea hasta profundidades a las que nadie sería capaz de llegar porque, en realidad, no existen.
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