La levantó por debajo de los brazos y la llevó, esa vez sí, hasta el dormitorio agarrándola por donde pudo. Se sintió un canalla, porque las manos se le fueron directas al magnífico culo que tantas ganas tenía de tocar. Encendió la luz con el codo, la sentó a los pies de la cama para poder abrir la sábana. Después, la levantó en vilo y la acostó. Antes de taparla, sucumbió a la tentación de mirar. Aquel cuerpo pedía cientos de miradas. Sus pechos firmes y llenos, millones de caricias. Clavó los dedos en el colchón para no sucumbir a las ganas de acariciarle la curva de la cintura. En otras circunstancias, se inclinaría para besarle el ombligo y dibujar círculos con la lengua. Se clavó los dientes en el labio de abajo cuando sus ojos viajaron hasta la oscura tentación de su pubis depilado a la brasileña. Yolanda ocultaba bajo la ropa discreta la palabra «deseo» hecha mujer. Con un suspiro hondo, dio un tirón a la sábana y la cubrió con mimo hasta debajo de los brazos. Ella abrió solo un poco los ojos y sonrió. Patrick notó cómo le pesaban los párpados. Yolanda necesitaba dormir... y él una ducha fría. Pero antes de dejarla descansar a oscuras y en silencio, apoyó la mano junto a su cabeza y se inclinó sobre su rostro.
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