Philip no era el chico más guapo del mundo, desde luego, pero en ese momento sí era la cosa más bonita que Adam había visto jamás. Visto por completo.
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Philip no era el chico más guapo del mundo, desde luego, pero en ese momento sí era la cosa más bonita que Adam había visto jamás. Visto por completo.
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¿Por qué demonios aceptaba todo cuanto Enzo le ofrecía? Sin chistar ni exigir nada a cambio. Sin siquiera un indicio de autoestima. Porque quería a Enzo. Tal vez no tenía por qué haber otros motivos. Tal vez el amor lo volvía a uno imbécil. O la soledad. |
¿Qué tal que tuvieran razón? ¿Y si sí le pasaba algo raro? ¿Y si muy en el fondo, en lo más recóndito de su ser, estaba podrido por dentro? ¿Y si, en los cimientos de su persona, había un pequeño, un pequeñísimo defecto, y desde el primer instante de vida todo había consistido en tapar como fuera esa grieta esencial? ¿Y si sólo era un caparazón construido sobre una fachada levantada sobre un andamiaje y dentro de él no había un núcleo propiamente dicho, nada de valor, nada que valiera la pena? ¿Yo puedo amara?, pensó. ¿Puedo? ¿Puedo ser amado? |
Le quemaba tanto el pecho que no sabía dónde terminaba el enojo y empezaba la herida. Porque siempre tenía una herida; su familia mantenía abierta esa herida, pero también insistía en que lo amaba.
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Cuando eras tan guapo, todo el mundo suponía que podías comerte el mundo, tanto así que nadie se molestaba realmente en enseñarte cómo hacer las cosas. De todas las maldiciones, la belleza física era sin duda la mejor que podía tocarte, pero no dejaba de ser una maldición.
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Cuando me di cuenta de lo que pasaba, cuando me dije a mí mismo que yo no soy esa cosa que me han dicho que tengo que ser, que en cambio soy "otra cosa", entonces caray, Ange, la etiqueta no me pareció tan terrible; no era una cárcel, sino un mapa nuevo, ¿entiendes?, un mapa para mí solo; y ahora puedo emprender el viaje que me venga en gana, y hasta es posible que encuentre un hogar al final del camino. No es ninguna limitación. Es una llave que abre puertas.
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Había amado a Enzo. Lo había amado. ¿Y qué más daba si era el amor de un chico de quince años y después de dieciséis? ¿Por qué ese detalle tenía que restarle valor? Además, eran mayores que aquel par de idiotas de Romeo y Julieta. ¿Por qué todo el que dejaba de ser adolescente despreciaba de manera automática cualquier sentimiento que uno tuviera en la adolescencia? ¿A quién le importaba que con la edad eso quedara atrás? No por ello fue menos real en los tiempos de dolor y euforia en que sucedió. La verdad era siempre el ahora, incluso siendo joven. Sobre todo siendo joven.
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Parecía que los cambios sólo ocurrían en ciudades lejanas, donde la pasaban muy bien, demasiado como para acercarse a estos extrarradios en los que sonreían y que preferían no hablar de sus certezas para no tener que desecharlas.
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Una rosa roja. ¿Y si la compraba? ¿Estaría bien? ¿Lo hacían los chicos? Si era para regalar a una chica, sí, pero era para... No tenía normas a este respecto. En general era una ventaja, porque significaba que no había que obedecer ninguna, ni siquiera con Linus, pero algunas veces le habría sido útil contar con una guía, con precedentes bien establecidos. ¿Podía comprar él una rosa? ¿Y regalarla? ¿Cómo se lo tomaría Linus? ¿El resto del mundo sabía la respuesta excepto él, Adam? |
Era muchísimo más fácil ser objeto de amor que tener que llevar a cabo la complicada tarea de amar.
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Manolito ...