¡Oh, hijo, hijo!, ¡muere honrado!, ¡que puedan llorar sobre tu tumba!
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¡Oh, hijo, hijo!, ¡muere honrado!, ¡que puedan llorar sobre tu tumba!
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Al principio eres bueno; te conviertes en dénil y acanas siendo un malvado.
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Matarás en em corazón de los que te amen todos los sentimientos delicados y elevados; creerás únicamente en lo más grosero; del amor, sólo te quedará lo que es visible y se toca con el dedo.
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Si ella ha amado, no la consolará el orgullo.
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¡Vamos!, querida -dije alegremente-, ¿no está el día para confidencias?
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Cuántas veces la habré visto, pálida de placer y de amor, decirme que me quería así, que aquellas tormentas eran su vida; que los sufrimientos que soportaba le eran buenos, pagados de ese modo, que no se quejaría nunca mientras quedara en mi corazon una chispa de amor.
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Y las otras, esas miserables?, ¿qué te han hecho para envenenar tu juventud? Los placeres que te vendieron eran, sin duda, muy vivos y muy terribles, ¡cuando me pides que me parezca a ellas! ¡Ay, chiquillo mío, eso es lo más cruel!
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Conforme pasaba el tiempo, más se desarrollaban en mi interior, a pesar de mis esfuerzos, los dos elementos de desgracia que el pasado me había legado: a veces unos celos furiosos, llenos de reproches y de injurias, a veces una alegría cruel, una fingida ligereza que ultrajaba, con burlas, lo que más quería.
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Cuanto más admiraba su belleza y su aspecto candoroso, más me decía que semejante mujer, si no era un ángel, era un monstruo de perfidia.
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Sería una de esas relaciones mundanas que no tienen principio ni fin: cuando se encuentran, se reanudan y, al separarse, se olvidan.
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¿Cuál de los siguientes libros fue escrito por Gustave Flaubert?