Confesiones de un hijo del siglo

Sé constante e infiel, triste y alegre, engañado o respetado; pero, cerciórate que eres amado y, cuando lo seas, ¿qué importa todo lo demás?

La perfección no existe: imaginarla es el triunfo de la inteligencia humana; desearla, para poseerla, es la más peligrosa de las locuras.

Todo le estaba bien, le era agradable si venía de mí, tanto los insultos como las lágrimas y que aquellas delicias eran su tumba.

Dicen que no hay nada tan rápido como un sentimiento de antipatía; pero creo que se adivina aún más rápido que dos personas se entienden y van a amarse

Empezaba a comprender esa verdad que asegura que en todos los males siempre hay algo bueno, y que una gran pena, a pesar de lo que digan, es un gran reposo.

Mi mayor defecto era la imitación de todo cuanto me sorprendía, no por su belleza, sino por su rareza; y como no quería confesarme un imitador, me perdía en la exageración, a fin de parecer original.

He querido hacer de mi corazón un mausoleo del amor; pero tiraré mi amor en otra tumba, ¡oh, Dios de justicia!, aunque tenga que cavarla en mi corazón.

¡Oh, Dios mío!, una mujer me habla del amor, y me engaña; un hombre me habla de amistad, y me aconseja el libertinaje para distraerme; otra mujer llora, quiere consolarme con sus piernas; una Biblia habla de Dios, y me responde: "Quizás todo es indiferente".

Me mostrarás un cielo puro, árboles y casas, hombres que hablan, beben, cantan, mujeres que bailan y caballos que galopan. Eso no es la vida: es el ruido de la vida.

Siempre que he amado a una mujer, se lo he dicho y cuando he dejado de amarla también se lo he dicho, con la misma sinceridad, pues siempre he pensado que en tales asuntos nada puede hacer la voluntad y que el único crimen es la mentira.