Cuando en Prócida nacía una niña, la familia no se alegraba. Y yo pensaba en el destino de las mujeres. De pequeño no parecían más feas que los hombres, ni muy diferentes, pero no podían acariciar la esperanza de transformarse en un héroe hermoso y valiente. Solo podían aspirar a convertirse en la mujer de uno de ellos: servirlo, adoptar su nombre, ser de su propiedad indivisible, respetada por todos, y tener un hermoso hijo parecido al padre.
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