[...] ¿creéis que obligaríais a todo el mundo a callarse? No hay valla contra la maledicencia. No tomemos, pues, en cuenta todas las necias palabras; vivamos limpiamente y dejemos en plena libertad a los chismosos.
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[...] ¿creéis que obligaríais a todo el mundo a callarse? No hay valla contra la maledicencia. No tomemos, pues, en cuenta todas las necias palabras; vivamos limpiamente y dejemos en plena libertad a los chismosos.
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Sufre viéndome; mi presencia lo aleja; lo que debo hacer es marcharme de aquí.
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No; nos engaña fácilmente el ser a quien amamos, y el amor propio nos lleva a engañarnos a nosotros mismos.
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¿Es que no tengo razones para quejarme de vos? Y, sin mentir, ¿no es una maldad sentir en torturarme, diciéndome cosas desconsoladoras?
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MARIANA. -La pérdida no es grande, y con el cambio os consolaréis fácilmente. VALERIO. -Haré lo posible..., podéis creerme. Un corazón que nos olvida reaviva nuestro amor propio; hay que poner todos los medios a nuestro alcance para olvidarlo. Si no lo conseguimos, hay que fingirlo al menos; pues no se disculpa nunca la cobardía de sentir amor por quien nos abandona. MARIANA. -Ved ahí un sentimiento muy noble y elevado... |
[...] El solo pensamiento de esa ingratitud hace sufrir a mi alma tan agudo tormento... El horror que me causa... Tengo tan oprimido el corazón, que enmudecí de pronto, y creo que eso me matará.
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[...] no hay nada más odioso que el exhibicionismo de un celo falso, que esos perfectos charlatanes, que esos devotos de plazuela, que con mueca sacrílega y falaz se disfrazan para engañar impunemente y burlarse a capricho de lo más sagrado y respetable que tienen los hombres; esas gentes frías sometida al interés hacen de la piedad oficio y mercancía, y buscan comprar créditos y dignidades con ojos puestos en blanco y arrebatos fingidos [...]
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[...] Temí al principio que este fuego secreto fuese una asechanza del espíritu maligno, e incluso mi corazón intentó huir de vuestros ojos, creyéndoos obstáculo para mi salvación. Pero luego he pensado, beldad admirable, que el pudor se concilia muy bien con mi pasión, y ello me permite entregarle mi corazón fervoroso. Es en mí, lo confieso, gran osadía, atreverme a ofrendaros mi alma; mis anhelos lo esperan todo de vuestra bondad, y nada de los vanos esfuerzos de mi insignificancia. Pongo en mi esperanza mi bien y mi tranquilidad; disponéis de mi dicha y de mi beatitud; y voy a ser, en fin, según vuestro dictado, si lo queréis, dichoso; desgraciado, si os place [...]
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[...] Aquellos cuya conducta se presta más a la crítica son siempre los primeros que murmuran del prójimo: no dejan nunca de aprovechar rápidamente el aparente vislumbre de la menor amistad, esparciendo la noticia con demasiada alegría y dándole el aspecto que ellos quieren según su paladar, intentan justificar los suyos en el mundo, y con la falsa ilusión de alguna esperanza, convierten en inocentes sus intrigas y hacen recaer sobre otros esa parte de censura pública de que están demasiado cargados.
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Es el primer libro publicado por Carlos Fuentes.