Marés era un hombre de cincuenta y dos años, pero aparentaba menos debido a la caricia del fuego, desde que un grupo de exaltados nacionalistas catalanes que recorría las Ramblas en manifestación, tres años atras, hallándose él sentado en esa misma esquina de Sant Pau, lanzó un cóctel Molotov-Tío Pepe con tan mala fortuna que se estrello en la acera delante de él y le dejó el rostro y las manos de seda. El fuego diseño en la piel de las mejillas una sonrisa perenne y burlona, una soñadora ironía.