Y entre los hechiceros y las brujas de las aldeas corría el rumor de que algo andaba mal en las cosas de su oficio: los hechizos que siempre habían sanado ya no curaban; los sortilegios para encontrar cosas no ayudaban a encontrar nada , o hacían encontrar lo que no se buscaba; las pociones de amor hacían que los hombres cayeran en desvaríos , no de amor sino de celos asesinos. Y, lo que era aún peor, decían que gentes que no sabían nada de las artes mágicas, de sus leyes y sus límites y de los riesgos de transgredirlos, se hacían llamar personas con poder, prometiendo prodigios de riqueza y salud a sus seguidores, prometiéndoles incluso hacerlos inmortales. Hiedra, la bruja de la aldea de Goha, había comentado con tono misterioso este debilitamiento de la magia, y también lo había hecho Haya, el brujo de Valmouth.
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