-Blasfemia -lo regaño el viejo fantasma.
-¿Lo es? -preguntó Mercúrio-. ¿Es blasfemia si a ella le da igual lo que digamos o hagamos?
-¿Y por qué piensas eso?
-Bueno mira en qué se ha convertido este sitio -dijo Mercurio con aspereza, señalando la oscuridad con el bastón-. En otro tiempo, era una casa de lobos. Cada muerte, una ofrenda Nuestra Señora del Bendito Asesinato. Saciando su hambre. Haciéndola más fuerte. Abreviando su regreso. ¿ Y ahora? - Escupió las losas-. Ahora es una casa de putas. El sacerdocio alimenta sus propias arcas, no a las Fauces. Sus manos gotean oro, no rojo. -Negó con la cabeza y exhalo humo mientras seguía hablando-. Si, decimos las palabras y hacemos los gestos. “ Eta carne, tu festín. Esta sangre, tu vino.” Pero después, cuando la plegaria ya está hecha, nos arrodillamos ante gente de la calaña del puto Julio Scaeva. ¿Cómo puedes defender que a Niah le importa si permite que este veneno supure en sus propios salones?