-Recházame, Medea -pidió con voz entrecortada-. Dime lo mucho que te asqueo y que no quieres relacionarte con un cabrón irritante y deprimido que no pinta nada ni en este mundo ni en ningún otro. Medea frunció el ceño al oír esas inesperadas palabras. ¿Quién le había dicho algo semejante? -No me das asco, lagartija. Todo lo contrario. Falcyn le tomó la cara entre las manos y la miró fijamente. Tenía los ojos velados y en ellos brillaba un brutal tormento que Medea no entendía. -Dilo, Medea -le insistió-. Porque ahora mismo me muero por enterrarme en tu cuerpo, aquí, en el bosque, como el animal que soy. Y sé que está mal desearte cuando no tenemos futuro. Sé que te mereces algo mejor y que no hay tiempo para esto. Pero, la verdad, me importa una mierda cualquier otra cosa. Ahora mismo solo pienso en ti y en lo mucho que te deseo. |