Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra 1)

Esa noche entendí que no valía la pena ser infeliz. Y en algún momento, me di cuenta de que tenía que disfrutar cada día.

-Yo estaba un poco decepcionado conmigo mismo, ¿sabes cómo es eso? La sensación de sentir que te has fallado, que, por más que buscas, no encuentras eso que deberías tener.

Así fue como supe que hay corazones que se rompen poco a poco, en noches eternas que olvidar, en años siendo invisible, en días imaginando un imposible.

Vivimos en silencio aquel atardecer de música.

-¿Sabes qué es lo más triste de no hacer algo por cobardía? Que, con el paso del tiempo, cuando pienses en ello solo podrás pedirte perdón a ti misma por no haberte atrevido a ser valiente. Y reconciliarse con uno mismo a veces es más complicado que hacerlo con los demás.

-La vida hay que sentirla. Siempre.

-¿Y si lo que sentimos no siempre es bueno?

-Puedes equivocarte y cometer mil errores, los humanos somos así, metemos la pata, pero para eso existe también el arrepentimiento, saber decir «lo siento» cuando uno debe hacerlo.

Si al encontrar a tu alma gemela suena una canción en tu cabeza, es un regalo. Algo especial.

Yo había pensado mucho últimamente en la muerte. No en lo que pasa cuando ocurre, no en ese adiós que todos terminaremos diciendo algún día, sino en cómo afrontarla si la tristeza y el dolor eran sentimientos instintivos o si nos habían inculcado cómo debíamos digerir ese trance.

-¿Tú eres feliz?

-¿Feliz…? Claro. Sí.

-¿Y es fácil?

-Debería serlo, ¿no crees?

-Antes pensaba que lo era.

-Hay un error en lo que has dicho. Antes eras feliz precisamente porque no lo pensabas, ¿y quién lo hace cuando tiene el mundo a sus pies? Entonces solo vives, solo sientes.

Ellos eran dos de las personas que más quería en el mundo. Mi familia. No la que te teco, de esa iba bien servido, sino la que eliges.