Camino a Roma

Algo tuvo que suceder en el proceso digestivo de Ben Kane durante la escritura del cierre de esta trilogía. Amén de abundantes, las cagadas son de color rosa.

Más allá de los infinitos errores, las osadas licencias rozan la infamia, el autor apedrea la historia sin compasión.

Atribuir el origen de la conjura contra César a la regenta de un burdel por un problema de paternidad no deseada es echarle poca imaginación. Sí, ficción, no hacía falta aclararlo señor Kane, un mal parto, ni niño, ni niña, burra.

La evolución de los principales personajes ficticios es parvularia, vuelven al punto de partida en una espiral repetitiva desesperante para el lector.

Ni Fabiola ni Tarquinius logran encontrar su sitio en la trama, parecen mirarnos a los ojos y encogerse de hombros, ¡ha sido idea del jefe!

Romulus se convierte en Superman incluso en Rambo con espada.

El cierre de la trilogía es un libro de ausencias. ¿Dónde está Cleopatra? ¿Ptolomeo? Y lo que es peor, ¿dónde la legión olvidada que da título a la saga?

Todo lo que ganó con las dos entregas anteriores se evapora en la resolución.
Disponía de líneas infinitas a seguir, y sin embargo apuesta doble o nada a un absurdo combate de burdeles contra un cazador de esclavos. El resultado es...nada
.
Al menos en las recreaciones de las batallas anda más acertado, aquí si ha dejado el autor algo de su esencia.

No es un problema de prosa, kane no es Posteguillo, pero sabe atrapar, sin embargo, la trama se cae por los dos lados de la cama, por lo histórico, por lo ficticio, por lo divino y lo humano.

Novela entretenida a ratos donde engrandecer sin sentido a los protagonistas se revierte en castigo.

¡Alpargatazo en el culo y al rincón de pensar!