El sentido de un final

Cuando tienes veinte años, aunque estés confuso e inseguro respecto a tus ambiciones y propósitos, tienes un sentido intenso de lo que es la vida y de lo que eres en la vida, y de lo que podría depararte. Más tarde... más tarde aumenta la incertidumbre, hay más solapamientos, más rebobinados, más recuerdos falsos.

Yo renuncié a la vida, desistí de estudiarla, la tomé como venía. Y así, por primera vez, empecé a sentir un remordimiento más general -algo entre la compasión y el odio a mí mismo- por toda mi vida. Por toda. Había perdido a los amigos de mi juventud. Había perdido el amor de mi mujer. Había abandonado las ambiciones que tuve. Había querido que la vida no me molestara demasiado, y lo había conseguido; y qué lamentable era.

Yo siempre había sido un atolondrado, incapaz de aprender gran cosa de las pocas lecciones que me brindaba la vida. En mis propios términos, me contenté con las realidades de la vida y acaté sus necesidades: si esto, entonces esto otro, y así pasaron los años.

¿Cuántas veces contamos la historia de nuestra vida? ¿Cuántas veces la adaptamos, la embellecemos, introducimos astutos cortes? Y cuanto más se alarga la vida, menos personas nos rodean para rebatir nuestro relato, para recordarnos que nuestra vida no es nuestra, sino sólo la historia que hemos contado de ella. Contado a otros, pero sobre todo a nosotros mismos.

Cuanto menos tiempo de vida te queda, menos quieres desperdiciarlo. Es lógico, ¿no?.

¿Quién dijo que la memoria es lo que creíamos que habíamos olvidado? Y debería ser obvio que el tiempo no actúa como un fijador, sino más bien como un disolvente.

Cuando somos jóvenes, los que están por encima de los treinta nos parecen maduros y los que han superado los cincuenta, ancianos. Y el tiempo, conforme avanza, confirma que no andábamos tan equivocados. Esas pequeñas diferencias de edad, tan cruciales y enormes cuando somos jóvenes, se erosionan. Acabamos perteneciendo a la misma categoría, la de los no jóvenes.

Pero uno se repite: "Qué rápido crecen, ¿no?", cuando lo que realmente quiere decir es: el tiempo ahora transcurre más deprisa para mí.

Éste era otro de nuestros temores: que la vida no resultara ser como la literatura.

Lo que acabas recordando no es siempre lo mismo que lo que has presenciado.