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Crítica de soniagpan


soniagpan
06 February 2022
Con Ama (juego de palabras entre el imperativo del verbo amar y madre en euskera), una nueva voz se hace hueco en el panorama literario para abordar uno de los temas recurrentes en la narrativa actual: el tema del padre o la madre. Últimamente he leído a varios autores que han vuelto su vista a la infancia para rescatar desde la mirada filial, muchas veces teñida de nostalgia, la figura paterna o materna. Recuerdo ahora casos como Ordesa de Manuel Vilas, A corazón abierto de Elvira Lindo, Llévame a casa de Jesús Carrasco; incluso novelas tan delicadas como la japonesa Madre de Yasushi Inoue o un recuerdo tan diferente como la madre de Lluvia fina de Luis Landero, más cercana a una Bernarda Alba.

Pues bien, en medio de estos grandes, la voz limpia, sincera, creíble, de José Ignacio Carnero me ha llamado poderosamente la atención. En esta su primera novela, Carnero acude al relato autobiográfico para expresar el remordimiento del hijo ausente, incapaz de mostrar cariño en vida, y que finalmente encuentra un flujo de palabras escritas para ir despidiendo a la madre que se marcha. La novela es un auténtico duelo literario; aquí las palabras sirven de catarsis, una forma de encontrar consuelo cuando no surgen las lágrimas.

A pesar del intento de retener a la madre que se va, existe una enorme grieta: la separación física, dos ciudades, Portugalete y Barcelona. Esta distancia en kilómetros simboliza mucho más: es, sobre todo, una distancia generacional, cultural y emocional. La independencia del hijo es el resultado del proyecto de una familia que quiso que su vástago alcanzara el éxito en la vida. Ese sacrificio extremo de unos padres de clase obrera por el hijo, el único hijo, supuso que la madre se olvidara de vivir su propia vida para vivir la vida del hijo a través del orgullo que sus éxitos despiertan.

Sin embargo, fruto de este proyecto vital, el hijo acaba siendo un personaje desubicado en todos los sentidos: sin una patria (hijo de inmigrantes gallegos, olvida sus orígenes y aún no ha encontrado el amor de un hogar); sin una cultura (rechaza los modelos de cultura popular de sus padres, pero tampoco se siente identificado con los patrones culturales socialmente reconocidos por las élites); desubicado económicamente (de la pobreza al éxito laboral); sin una patria emocional (incapaz de amar, en un mundo marcado por Tinder)…
En este espacio de desolación, solo la figura de la madre supone un anclaje a la vida. Y el lugar de encuentro con ella, de intersección entre aquellas dos ciudades tan alejadas, es curiosamente el hospital, espacio simbólico que acaba convirtiéndose en el refugio para la escritura.

En ese intento de acercamiento escrito, el hijo se desplaza emocionalmente a su infancia. El libro se puebla entonces de referencias culturales a unos años, los 70 y 80, que marcaron la infancia de muchos lectores y comienzan a ser materia novelable.
En su recuerdo, la madre es simplemente su madre. No la presenta como una gran mujer, no hay una gran figura, no es modelo de nada… Simplemente es su madre. Pero lo más grande es su pequeñez, su cotidianidad, que la convierte en un personaje creíble, sincero, un poco la madre de todos nosotros, los lectores. En el fondo, la novela de Carrasco es también un suave canto al feminismo, rescatando a esa generación de mujeres, las únicas fuertes, las que marcan el rumbo de las familias desde su trabajo como jovencitas sirvientes de los ricos hasta su labor como amas de casa. Una madre que todo lo puebla (de hecho, la figura paterna queda muy relegada a un papel secundario).

Sin duda, una novela recomendable, porque aporta nuevas perspectivas a un tema, el del duelo filial, donde las palabras se convierten en un último acto de amor, dejando de lado el pudor, para mostrar la fragilidad masculina.

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