El libro del verano

Esta novela contrapone las visiones de dos personas que se encuentran en dos etapas de la vida totalmente diferentes: la vejez de la abuela y la infancia de la nieta. Sin ser un libro de relatos, el libro se estructura en capítulos de cuatro o cinco páginas, narrando en cada uno alguna vivencia que ambos personajes tienen en la isla en el tiempo que dura un verano. La pequeña, que irradia ansia de aprendizaje y aventura, cuenta con su abuela como mejor acompañante para descubrir cada uno de los misterios que esconde su paisaje vacacional. Juntas recorrerán distintos rincones de su casa y el islote, aprendiendo sobre las plantas y flores que crecen allí, los cultivos, qué bichos son los que viven en el desván de la casa, e incluso viajarán en barca a otros islotes para conocer a otros habitantes de la zona.

En cada una de las historias/vivencias habrá conversaciones aparentemente infantiles e inocuas entre ambas, pero que en realidad esconden mucha verdad sobre quiénes son ambas y cómo entienden la vida. La abuela disfruta volviendo al pasado de la mano de su nieta, recordando cómo fue su primera experiencia de acampada al aire libre, cómo eran los veranos cuando quién era un infante era el padre de la chiquilla. Mientras, la nieta quiere aprenderlo todo y no se conforma con algunas explicaciones de su abuela que le parecen infantiles, pero al mismo tiempo es muy sensible a cualquier eventualidad, teniendo la abuela que atender a sus rabietas como buenamente puede.

Me ha parecido un libro tierno y muy real, creo que la autora consigue dar vida a ambos personajes con sus personalidades imperfectas y, al mismo, logra construir en la imaginación del lector una isla en la que todo es susceptible de ser descubierto a través de los ojos de ambos personajes. Y, como remate, el libro incluye pequeñas ilustraciones del estilo característico de la autora que casan a la perfección con la novela. Una obra muy recomendable.

El libro nos ofrece una serie de historias cortas que parecen estar organizadas al azar. Estas tratan sobre una artista anciana y su nieta Sophia, que pasan los veranos en una pequeña isla en el golfo de Finlandia.
Con el paso de los capítulos vamos vamos viendo el mundo a través de los ojos de ambas y la importancia que tienen la una para la otra.

La exaltación de la naturaleza es el recurso más utilizado y lo que más he disfrutado de la obra. Las imágenes son tan potentes que al leerlas se pueden dibujar.

Durante mi lectura he echado de menos que haya un arco argumental, un hilo que seguir a lo largo de la historia. No obstante, al terminar el libro y reflexionar sobre él, creo que es precisamente este puntos lo que remarca el objetivo final de la autora: explotar la relación de las dos protagonistas, su personalidad y su vínculo con la isla.

Esta fue mi "lectura diferente" del año. A pesar de la asociación inmediata con los Moomin (que no he tenido la suerte de leer aún), siento que esta es la Tove "real": la que puede conectarse tanto con la naturaleza, que es capaz de pintarte un paisaje hecho de palabras, la que te transporta a un entorno que nunca antes conociste, pero de alguna manera te resulta nostálgicamente familiar; la que permite que los eventos se sucedan, con tal pausa que el verano llega a ti.
Realmente he sentido que es un cuento "para adultos". La interacción entre la abuela y Sophia, tal como sería entre un anciano y un niño, sin el tinte moralizador o filosófico. Tove te regala las palabras y la elección del lector de qué hacer con ellas. En ocasiones leía y reflexionaba, y en otras, sólo concebía recrear la escena, sin más. Me parece maravilloso el personaje de la abuela, con sus respuestas estoicas a veces, y hasta furiosas. Es un personaje muy humano y real, pero ¡de ninguna manera una abuelita de cuento infantil!
A pesar de lo corto del libro, tardé y releí un par de veces, y cada vez fue bella y plena. Provoca leer más de la autora y permitirse la experiencia de filosofar, sin realmente hacerlo.

Este libro puede parecer aparentemente sencillo, pero yo lo he percibido cargado de sentidos intrínsecos.

La premisa es preciosa: Sophia pasa todos los veranos en una cabaña de una isla de un archipiélago de Finlandia con su padre y su abuela. Cada capítulo es una aventura y un aprendizaje.

Cada capítulo son Sophia y su abuela acompañándose. O Quizá, más bien, la abuela acompañando a su nieta, porque ésta ha perdido a su madre. Para mí Sophia solo es una niña con el mundo girando a su alrededor a una velocidad vertiginosa… un duelo transitado por una niña. El mundo particular de Sophia, una niña que tiene miedos, preguntas, intrigas, una curiosidad y una creatividad potentes.

Me encanta como su abuela ampara todo lo que Sophia vive desde su perspectiva infantil. Su abuela no juzga. La acompaña, juegan juntas, crean nuevos mundos y salva situaciones a favor de su nieta. No esperéis una abuela dulce y tierna. Este libro te demuestra que hay más maneras de querer y cuidar. Es una relación muy peculiar.

Todo esto ocurre en una isla remota de Finlandia donde solo hay océano por horizonte. Naturaleza, a veces viva, a veces muerta, animales, tormentas y días calurosos esperando a que el otoño se asome. Es el paso del tiempo más palpable. Para una niña, pero también para una mujer anciana. Pues también veremos cómo ésta percibe el mundo después de vivir gran parte de su vida.

La infancia y la vejez en unión. Maravillosa unión. Un verdadero libro del verano.

Volví de esta fresca y apacible isla donde dos generaciones juegan, descubren, y sobre todo, conversan: la pequeña Sofía y su abuela octogenaria. Las he escuchado divertida y he comprobado que la edad no es impedimento para conservar la curiosidad, anticipar la madurez y compartir la vitalidad. Imposible saber quién de las dos es más rebelde, testaruda e impaciente…

Conocía a Tove Jansson por sus Moomin, pero la ternura se me despertó al escuchar las historias de esta otra familia.

«-¿Qué estás haciendo? -preguntó Sophia.
-Nada, sólo estoy jugando -respondió la abuela».

Me encanta el verano. Sólo sentir que llega esta temporada del año me abre una sensación interna de libertad. Palpitar el calor, percibir cómo la naturaleza se despierta y florece, un bellísimo espectáculo. En Buenos Aires primero florecen los lapachos rosados, los paraísos, después los jacarandás violetas y luego las tipas amarillas. En el medio de ese proceso también los jazmines y los tilos aromatizan las veredas. Y así se anuncia la llegada del verano, llena de color y perfume. En Finlandia la estación estival es anhelada y celebrada con efusividad por la presencia continua de luz. Este libro tiene impregnada esa necesidad de salir afuera y disfrutar del verano.

Veintidós historias, en principio independientes entre sí, de una abuela y su nieta Sophia conforman esta novela y un verano interminable. La gran protagonista de estas páginas es la naturaleza y lo que más disfruté de la lectura. Tove Jansson tiene una habilidad impresionante para dibujar el paisaje del archipiélago finlandés. Las montañas, las rocas resbaladizas por el musgo, el sol alto en el cielo, el mar bravío, la humedad y la neblina reluciente, los insectos y los patos, los pantanos, las ramas de los abetos y las flores, las tormentas y los vientos fuertes, la oscuridad profunda de la noche.

Una sensación onírica aparece en la prosa de la escritora, estas pequeñas historias se me aparecían como relatos que me podrían haber contado mis abuelos una noche de verano antes de ir a dormir. Las aventuras de esta abuela y Sophia están signadas por una curiosidad infinita. El vínculo entre las dos se teje desde una complejidad humana con todos sus claroscuros. Ambas son inquietas y testarudas y salen a descubrir juntas el paisaje a través de juegos e invenciones. Sus diálogos pueden ser unos días frescos y divertidos, y otros tirantes y llenos de caprichos, pero en todos se gestan reflexiones sobre la vida y la muerte, la infancia y la vejez, los vínculos sociales y el cuidado de la naturaleza. Una novela con un ritmo pausado, perfecto para unas vacaciones.