La clase ya no las dividía. El miedo las hizo iguales.
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La clase ya no las dividía. El miedo las hizo iguales.
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Siempre corrías peligro, no solo de perder la vida, sino de perder el alma. Y, cuanto más tiempo estábamos allí, más riesgo para el alma.
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A pesar de las injusticias diarias que sufrían, lo que las SS no podían quitarles era la fe.
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Era difícil levantarse por la mañana, difícil estar de pie y mostrar obediencia cuando pasaban lista, difícil comer, difícil vivir. Era muy fácil morir en Auschwitz.
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Auschwitz no era una sociedad distópica creada por un novelista. Eran los Juegos del Hambre de la vida real.
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Son los ojos de una joven que ha sido testigo de lo peor de la humanidad, ha sobrevivido y ahora carga en su alma con el poder de esa verdad.
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Reímos porque las lágrimas no eran suficientes.
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