Hoffman, me había llamado Panebianco, mientras moría Hoffman. Como si eso fuera más que un desliz, más que una casualidad. Como si al morir se hubiera liberado su nombre y estuviera este suelto por el mundo, flotando por el mundo, para que cualquier persona del mundo de pronto pudiera atraparlo en el aire, y decirlo, y encarnarlo. Como si los nombres de artistas fuesen mariposas. Como si así sucediera con los hombres que, en su vida y en su arte, le dieron voz a cualquier hombre, a todos los hombres. Como si todos los hombres, entonces, en ese preciso instante, nos llamásemos Hoffman.