La vieja familia: La saga de los longevos

"¿Por qué tanta gente dice que el tiempo todo lo cura? No es cierto, no todo se cura"

Cuando un hombre necesita recordarse a sí mismo lo que no ha de sentir, es porque sabe que tiene la batalla perdida.

No estaba arriesgándome a vivir, a amar, a perder. Que necio, me recriminé. Había vivido los últimos milenios pensando que podía estar por encima de mi condición humana.

Es sabido que a veces pequeños actos inconexos en distintos lugares del planeta se alían sin un objetivo común aparente, pero acaban dando paso a acontecimientos irreversibles.

Cuando tienes delante de ti algo que debes catalogar como imposible, el sentido común busca la explicación en la trampa, la falsificación, la burla, el engaño.

Siempre he sido más amigo de cometer errores y luego arrepentirme que de pasarme la eternidad preguntándome cómo sabrían sus besos, a qué olería su pelo de madrugada, o cuál sería la presión exacta de sus abrazos.

Piérdete en los ojos de quien engaña o encuéntrate en los de quien aún te ama. La duda de lo no vivido frente a la certeza de lo ya caduco.

La primera regla de un longevo es aprender a contemporizar. Todo tiene su momento adecuado, ni antes, ni después.

Lo peor de la muerte es a los que deja vivos.

¿Por qué tanta gente dice que el tiempo todo lo cura? No es cierto, no todo se cura. Cuando pierdes un brazo, cada día de tu vida recuerdas que te falta. Da igual que vivas unas pocas décadas o unos cuantos milenios. Te falta. No está.