... A veces, la nada llegaba hasta ti de repente, como una calle de hormigón quete parte el cráneo en dos.
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... A veces, la nada llegaba hasta ti de repente, como una calle de hormigón quete parte el cráneo en dos.
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A nadie le gusta aceptar que uno recoge lo que ha sembrado.
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Los muertos sólo podrían hablar a través de las bocas de quienes dejan atrás.
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Qué fácil era sacar provecho de la inclinación de una persona por la autodestrucción, qué sencillo impulsarla a la no existencia y, después, alejarse, encogerse de hombros y decir que había sido el inevitable resultado de una vida caótica y catastrófica.
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—La cuestión es que empujar a alguien desde esa altura no garantiza su muerte —le explicó Strike a Robin mientras echaba una mirada al balcón que estaba encima de ellos. —Ah... ¿seguro? —protestó Robin considerando la terrible caída entre el balcón superior y la dureza de la calle. —Te sorprenderías. Pasé un mes en una cama junto a un tipo de Gales que había salido volando de un edificio desde esa altura, más o menos. Se destrozó las piernas y la pelvis y tuvo muchas hemorragias internas, pero sigue entre nosotros. Robin se quedó mirando a Strike preguntándose por qué habría estado un mes en una cama, pero el detective era ajeno a aquello mientras miraba con el ceño fruncido la puerta de la calle. |
Se estaba imaginando a alguien que había perdido por completo el control. Alguien que corría hacia Landry mientras ella estaba, guapa y con su bonita complexión, vestida con la ropa que se había puesto para verse con un invitado al que esperaba, un asesino que, perdido por la rabia, medio arrastrándola, medio empujándola, finalmente, con la fuerza bruta de un maníaco entusiasmado, la tiró. Los segundos que ella tardó en caer por el aire hacia el cemento, suavizado con su cubierta de nieve engañosamente suave, debieron parecer una eternidad. Ella había agitado los brazos, tratando de encontrar algún asidero en el aire cruel y vacío. Y después, sin tiempo para cambiar nada, para dar explicaciones, para disculparse, sin ninguno de esos lujos que ofrecen a aquellos a los que se les notifica su inminente fallecimiento, ella terminó destrozada en la calle.
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Y lo mejor es, como reza el dicho popular , beneficiarse de los disparates de los demás
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Y después, por fin, el histerismo se fue pasando y ni siquiera a los periodistas les quedó nada que decir, salvo que ya se había dicho demasiado
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Qué fácil era sacar provecho de la inclinación de una persona a la autodestrucción, qué sencillo impulsarla a la no existencia y, después, alejarse, encogerse de hombros y decir que había sido el inevitable resultado de una vida caótica y catastrófica.
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La deuda nacional era tan enorme que resultaba difícil de asumir. Se aproximaban recortes, fuese quien fuese el que ganara. Recortes profundos y dolorosos. Y a veces, con sus ambages, los líderes de los partidos le recordaban a Strike a los cirujanos que le habían dicho con palabras prudentes que podría experimentar cierto grado de incomodidad, ellos que nunca sentirían en persona el daño que estaban a punto de infligir.
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10 negritos