Se estaba imaginando a alguien que había perdido por completo el control. Alguien que corría hacia Landry mientras ella estaba, guapa y con su bonita complexión, vestida con la ropa que se había puesto para verse con un invitado al que esperaba, un asesino que, perdido por la rabia, medio arrastrándola, medio empujándola, finalmente, con la fuerza bruta de un maníaco entusiasmado, la tiró. Los segundos que ella tardó en caer por el aire hacia el cemento, suavizado con su cubierta de nieve engañosamente suave, debieron parecer una eternidad. Ella había agitado los brazos, tratando de encontrar algún asidero en el aire cruel y vacío. Y después, sin tiempo para cambiar nada, para dar explicaciones, para disculparse, sin ninguno de esos lujos que ofrecen a aquellos a los que se les notifica su inminente fallecimiento, ella terminó destrozada en la calle.