El amor no es un verso libre

Era verdad. La Residencia reunía en su entorno a un corralillo de seres divinos que se creían muy vanguardistas y modernos, pero continuaban solucionando sus asuntos terrenales como en el siglo XIX: en una casa de putas de la calle de las Naciones. A las nueve y media lo más tardar todos aquellos intelectuales cristalinos estaban sentados a la mesa familiar delante de una pescadilla rebozada y unas torrijas.

-Solo puedo prometer que si un día cambia mi vida, te buscaré -dijo.

No es que las Leyes de Núremberg hubieran desposeído a los judíos de sus derechos civiles básico, incluido el de votar. Bien pensado, eso era lo de menos, ya que el derecho de voto para los demás alemanes solo suponía la obligación de votar por el partido nazi. Lo peor es que había abierto las alcantarillas del país para que pudieran salir todas las ratas a comerse unas a otras. Había ratas de primera clase que pertenecían a la categoría del Reich y ratas destinadas al exterminio, cuyo grueso estaba formado por judíos, gitanos, comunistas, socialdemócratas, personas con algunas discapacidad física o mental y homosexuales, que eran considerados literalmente como infrahumanos, untermensch.

Frases cogidas al vuelo como armas que carga el diablo. La lucha de clases asomando las orejas como un conejo asustado entre las bandejas de canapés y, al mismo tiempo, aquella cortesía ceremoniosa de una burguesía bien educada. Me alegro de verle. Enhorabuena por el nombramiento. Salude a su esposa de mi parte. Amables inclinaciones de cabeza. Madrid era una ciudad a caballo entre dos siglos.

Quizá lo único que importa después de una guerra es en brazos de quién quieres estar cuando te mueras.

Un país que huele a incienso recién apagado no es para tomárselo a la ligera