-Debes de estar siempre un poco triste, ¿no?... Silencio. Ella sonríe. Dice: -¿Siempre un poco triste...? Sí... tal vez... no sé... |
-Debes de estar siempre un poco triste, ¿no?... Silencio. Ella sonríe. Dice: -¿Siempre un poco triste...? Sí... tal vez... no sé... |
-Me he puesto a enamorarme de ti tal vez. En los ojos de la niña cierto temor. Calla. |
La niña intenta superar una especie de inquietud, pero no lo consigue, nunca lo conseguirá del todo. La inquietud permanecerá hasta su separación.
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Nunca, en los meses que siguieron, hablaron del espantoso dolor de aquel deseo.
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Ella se queda junto a él, el rostro oculto por él. Dice: -Vuelvo a desearte. Te deseo, no puedes imaginar cuánto... Él dice que no debe decir eso. Ella promete. Nunca más. Y luego él le dice que él también la desea, de la misma manera. |
-Tú ya no sabes nada. Tienes que saberlo, esto. Nada. Crees que sabes y no sabes nada. No es culpa tuya. Es así. No es nada. Nada. No debes hacerte daño con esto.
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Prisionero en su diferencia para con los demás, solo en ese palacio de su soledad, tan lejos, tan solo que es como si fuera el nacer de cada día, el vivir.
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La historia ya está ahí, inevitable ya, la de un amor cegador, siempre por venir, jamás olvidado. |
A veces no regreso al pensionado, duermo a su lado. No quiero dormir en sus brazos, en su calor, pero duermo en la misma habitación, en la misma cama. A veces falto al instituto. Por la noche vamos a cenar a la ciudad.
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A los dieciocho años envejecí.
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¿Cuál de los siguientes libros fue escrito por Gustave Flaubert?