Que la vida es inmortal mientras se vive, mientras está con vida.
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Que la vida es inmortal mientras se vive, mientras está con vida.
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Los niños-viejos del hambre endémica, sí, pero nosotros, no, no teníamos hambre, nosotros éramos niños blancos, nosotros teníamos vergüenza, nosotros vendíamos nuestros muebles, pero no teníamos hambre, nosotros teníamos un criado y comíamos, a veces, es cierto, porquerías, zancudas, caimanes, pero tales porquerías estaban cocinadas por un criado y servidas por él y a veces incluso no las queríamos, nos permitíamos el lujo de no querer comer.
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Sé algo. Sé que no son los vestidos lo que hace a las mujeres más o menos hermosas, ni los tratamientos de belleza, ni el precio de los potingues, ni la rareza, el precio de los atavíos. Sé que el problema está en otra parte. No sé dónde. Sólo sé que no está donde las mujeres creen.
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Ya no me acuerdo de la voz, salvo a veces la de la dulzura con la fatiga de la noche. Ya no oigo la risa, ni la risa ni los gritos. Se acabó, ya no lo recuerdo. Por eso ahora escribo tan fácilmente sobre ella, tan largo, tan tendido, se ha convertido en escritura corriente.
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Él había dicho que para él, era curioso hasta qué punto, su historia había quedado como era antes, que todavía la quería, que nunca podría en toda su vida dejar de quererla. Que la querría hasta la muerte.
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La niña ya no había reconocido nada. Ninguna palabra. Ni la voz. Era un aullido a muerte, de quién, de qué, de qué animal, no se sabía muy bien, de un perro, sí, tal vez, y al mismo tiempo de un hombre. Los dos confundidos en el dolor del amor.
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-¿No nos volveremos a ver nunca, nunca? -Nunca. -A menos que... -No. -Olvidaremos. -No. -Haremos el amor con otra gente. -Sí. El llanto. Lloran, muy bajo. -Y luego un día querremos a otra gente. -Es verdad. Silencio. Lloran. |
-Tal vez, sí... pero sobre todo cruel, sabe usted... Sobre todo eso, esa cosa, es tan misterioso, y también cómo sabe hacerlo, el conocimiento que tiene de eso: del mal.
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Podría engañarme, creer que soy hermosa como las mujeres hermosas, como las mujeres miradas, porque realmente me miran mucho. Pero sé que no es cuestión de belleza sino de otra cosa, sí, de otra cosa, por ejemplo, de carácter
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[...] habla de la felicidad enloquecida del primer amor y la pena moderada, inconsolable por haberlo perdido.
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¿Cuál de los siguientes libros fue escrito por Gustave Flaubert?