Cartas de amor a los muertos

Soy una de esas comunes personas extrañas.

La verdad es bella, sin importar cual sea la verdad. Incluso si es malo. Es bella simplemente porque es verdad. Y la verdad es brillante. La verdad te hace más tu mismo.
Quiero ser yo.

Creo que mucha gente quiere ser alguien, pero tenemos miedo de que si lo intentamos no seamos tan buenos como todo el mundo imagina que podríamos.

Puede que quieras que alguien te salve, o bien podrías querer salvar a alguien. Pero nadie puede salvarte, no en realidad. No de ti misma.

De pronto, lo había comprendido: en eso consiste estar vivo. En nuestro interior se mueven placas invisibles que empiezan a alinearse para formar a la persona en la que vamos a convertirnos.

Pensé en ti, que siempre eras testigo de como la tierra cambiaba desde lo alto: la alta hierba meciéndose, los ríos similares a dedos largos y la bruma del mar absorbiendo la costa. Y en que, cuando desapareciste ahí abajo, te convertiste en parte de todo ello.

Es triste cuando todo el mundo te conoce, pero en realidad nadie te conoce. Supongo que es posible que te hayas sentido así. Ven lo que quieren que seas. Y si te pones los pantalones de cuero, y tienes un cuerpo hermoso, y bebes mucho vino caro, y si tu voz suena al borde en el que enciendes una cerilla, entonces estas cosas son bloques que tú les has dado para que construyan a la persona que quieren.

A veces, tu música suena como que hay demasiado dentro de ti. Tal vez ni siquiera tú podías sacarlo todo. Tal vez por eso moriste. Como si explotaras desde el interior.

Sé que es muy difícil entender el gran amor que alguien puede sentir por nosotros, sobre todo cuando tenemos miedo de ser nosotros mismo o cuando ni siquiera sabemos con certeza quiénes somos. Cuesta creer que la otra persona no nos abandonará.

Los malos acontecimientos nunca vienen solos, sino que siempre vienen acompañados del angustiante sentimiento de lastima de los demás. La reacción de los otro confirma el lamentable suceso.