"Llevamos decenas de siglos de literatura de fondo- dijo Oliveira- y los resultados ya los estás viendo." Julio Cortázar, Rayuela*. Penguin Random House, Barcelona, 2019, pp. 561. |
"Llevamos decenas de siglos de literatura de fondo- dijo Oliveira- y los resultados ya los estás viendo." Julio Cortázar, Rayuela*. Penguin Random House, Barcelona, 2019, pp. 561. |
"Mi única culpa es no haber sido lo bastante combustible para que a ella se le calentaran a gusto las manos y los pies. Me eligió como una zarza ardiente, y he aquí que le resulto un jarrito de agua en el pescuezo" página 248. Capítulo 33.
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La Maga no sabrá nunca cómo su dedo apuntaba hacia la fina raya que triza el espejo, hasta qué punto ciertos silencios, ciertas atenciones absurdas, ciertas carreras de ciempiés deslumbrado eran el santo y seña para mi bien plantado estar en mí mismo, que no era estar en ninguna parte.
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— Vi la rayuela al entrar, había una piedrita... Jugué y me fui. —Perdiste en la tercera casilla. A la Maga le hubiera pasado lo mismo, es incapaz de perseverar, no tiene el menor sentido de las distancias, el tiempo se le hace trizas en las manos, anda a los tropezones con el mundo. |
Pero qué es el recuerdo sino el idioma de los sentimientos, un diccionario de caras y días y perfumes que vuelven como los verbos y los adjetivos en el discurso, adelantándose solapados a la cosa en sí, al presente puro. |
Seamos serios, Horacio, antes de enderezarnos muy de a poco y apuntar hacia la calle, preguntémonos con el alma en la punta de la mano (¿la punta de la mano?) En la palma de la lengua, che, o algo así.
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Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
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Porque fuiste siempre un espejo terrible, una espantosa máquina de repeticiones, y lo que llamamos amarnos fue quizá que yo estaba de pie delante de vos, con una flor amarilla en la mano, y vos sostenías dos velas verdes y el tiempo soplaba contra nuestras caras una lenta lluvia de renuncias y despedidas y tickets de metro. Un mundo donde te movías como un caballo de ajedrez que se moviera como una torre que se moviera como un alfil. |
Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos.
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Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella.
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Como agua para chocolate