Muchas veces, al contemplarlas cuando juegan juntas, horas y horas, sin saciarse jamás una de la otra, cuando ríen juntando las caras, o cuando bañamos a Irina en la bañerita de plástico rosa y le salpicamos el pecho con agua tibia, o cuando la ponemos en pie sujetándola de las manitas y vemos cómo camina de puntillas, con la gracia de un tallo traslúcido, he deseado que el tiempo se detenga ahí, en una perla de esplendor supremo, que no exista el futuro, ni la historia, ni la ilusión, ni la vida, ni la muerte. He creído en bastantes ocasiones, en esos momentos que nunca pensé que llegaría a vivir, que he conseguido escapar, que vuelo de repente en todas las dimensiones en una repentina liberación de mí mismo.