Ante todo, debo comenzar expresando que “
El lobo de Whitechapel” ha sido una de las novelas históricas que más me han impresionado de cuantas he leído por su originalidad, documentación y una trama detectivesca que, sin embargo, excede con creces la línea argumental más conocida en cuanto a lo que rodeó a los crímenes del asesino que ha pasado a la historia como Jack el destripador. Iñaki Biggi nos sorprende con una narrativa excelente que nos pone en contexto de manera soberbia para contarnos mucho más que los detalles de los asesinatos que cometiese uno de los criminales más nombrados en la literatura (y cultura popular en general) precisamente, quizás, por lo que debe conllevar el hecho de que oficialmente nunca fuera desenmascarado.
En Whitechapel, una de las zonas más pobres y oscuras del East End londinense, un asesino está sembrando el terror a lo largo del año 1888 con sus atroces crímenes sobre mujeres, que la prensa rápidamente airea con especial detalle. En un contexto en que en el Imperio británico se está desmoronando, la noticia de tales sucesos hace tambalear los precarios cimientos de la autoridad del país, y es el inspector Abberline quien se verá a la cabeza de la investigación de dicho caso. Por otro lado, desde el Vaticano se observará estaba debilidad como una oportunidad para recuperar la influencia católica en el país británico y será monseñor Patrizzi el encargado de indagar a tal efecto.
Es destacable que no se trata de una novela al uso que busque ahondar en ese caso tan macabro y tristemente conocido como el de Jack el destripador. En anteriores ocasiones he encontrado que la literatura al respecto viene muy lastrada por la famosa obra de
Alan Moore; y sin embargo en este caso el autor nos presenta una propuesta completamente diferente. La ambientación en los bajos fondos está tan cuidada que en muchas ocasiones puede resultar sobrecogedor el relato acerca de cómo tenía que vivir la población de estas zonas. Además, el estudio de los personajes es magistral, desde luego está muy lejos de buscar únicamente el sensacionalismo del gore. En este sentido, cabe señalar todo el desarrollo psicológico del asesino; así como la trayectoria de Abberline (que nos ofrece momentos muy disfrutables ya en un ámbito más detectivesco al uso, especialmente en la presentación del personaje).
Por lo demás, todo el contexto internacional está perfectamente traído y entretejido con la trama, realmente el autor no nos ofrece datos superfluos y todo cobra sentido en una obra que conlleva un grandísimo estudio que además encaja perfectamente con la ficción. Biggi no opta por las teorías manidas y más escuchadas hasta el momento, nos ofrece una visión completamente nueva y fresca. Además, nos hace comprender mejor por qué este triste caso ha trascendido tantísimo a través de los años para seguir despertando esa curiosidad tan genuina incluso hoy en día. El libro es, en definitiva, un maravilloso ejemplo de narrativa histórica increíblemente fiel a la época en la que se desarrolla, pero con una propuesta de ficción que no desentona y que nos mantiene pegados a sus páginas incluso sin tratarse de un thriller trepidante con una acción que no le resulta necesaria.