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Crítica de Lelia


Lelia
25 March 2023
Mi impresión de "El lobo de Whitechapel" es que se trata de una novela histórica con tintes de crónica negra policial. Su autor Iñaki Biggi comienza el relato a ritmo trepidante, y ya en el primer capítulo surgen personajes tétricos sembrando de sangre y brutalidad las tabernas y las callejuelas del mísero distrito del este de Londres en 1888, año de los crímenes de Jack el Destripador. El ejecutor de prostitutas aún no aparece en escena, pero su ominosa sombra va recorriendo la parte inicial de la narración. También van haciendo acto de presencia una serie de personajes que gozaron de existencia histórica, por ejemplo: el comisionado de Scotrald Yard, general Sir Charles Warren, el Primer Ministro Lord Salisbury, el Ministro del Interior Henry Mathew y, con particular énfasis, el inspector Frederick Abberline, encargado oficial de las pesquisas. Los médicos forenses que actuaron también tendrán su espacio y darán su contribución al nudo argumental. Tampoco se descuida el perfil de la prensa, y se nos muestran las andanzas de los reporteros del escandaloso periódico The Star cubriendo la investigación a nivel mediático. Más adelante irrumpirán personajes de la política de entonces, incluidos algunos muy insólitos -pues en verdad ninguna relación real tuvieron con la historia del Destripador- como el mismísimo Papa de la época, y otras figuras asociadas al clero. Esta novela posee el mérito de basarse en un arduo trabajo de investigación, que debe haberle insumido años al autor, pues aquí se ofrecen con minucia los datos esenciales referidos a Jack el Destripador, a lo que se añade una visión de la Iglesia católica de la época (1888). En la obra aparecen personajes que gozaron de existencia histórica, como el Cardenal Manning y el Papa León XIII, junto a otros fruto de la imaginación, por ejemplo, el Monseñor Ignacio Patrizi y el Obispo Liam Connery, responsable del costado siniestro de la trama. Dado que en la realidad nunca se descubrió al asesino, es lícito que Iñaki Biggi haga uso de la «licencia del escritor» para asignar una identidad a aquel malvado. La solución brindada a ese enigma denota suma fantasía, pero no empaña la calidad de este extenso texto. Los amantes del caso de Jack el Destripador quedamos agradecidos.
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