Cuando vives con tiempo prestado, cada segundo que te ves obligado a presenciar la vida a través de la ventana de un hospital es un segundo menos que tienes para vivir de verdad y hacer algo que tenga sentido.
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Cuando vives con tiempo prestado, cada segundo que te ves obligado a presenciar la vida a través de la ventana de un hospital es un segundo menos que tienes para vivir de verdad y hacer algo que tenga sentido.
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Eso era la definición de crueldad: mantener a una persona tan especial como Lailah encerrada en un lugar donde nadie podía ver el fuego de su espíritu y la belleza de su alma.
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Todos nosotros tenemos prisiones y cadenas que nos apartan de lo que realmente queremos en la vida. Las tuyas tan solo han sido más grandes y más fuertes que las de la mayoría.
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Adoraba los libros, los libros de verdad. Hay algo en el aroma y el olor de las palabras que están justo frente a ti que es irremplazable.
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—No has respondido a mi pregunta —dijo Marcus, acabando con un silencio que se podía cortar con un cuchillo. —¿Qué pregunta? —¿Qué vas a hacer por Lailah? El ascensor se detuvo y la puerta se abrió. Ambos caminamos sobre el desgastado suelo laminado, y yo miré hacia el pasillo que me llevaba hasta mi ángel dormido. —Todo. Le daré todo. |
Al no responderme, reuní el valor para mirarlo, y me encontré con una penetrante y cálida mirada. —Todos tenemos cicatrices, Lailah. Solo que algunas son más visibles que otras. —¿Cuáles son tus cicatrices, Jude? —pregunté, sorprendida y asustada por mis propias palabras. Sus ojos se dispersaron por un breve instante, como si hubiese perdido el centro de la realidad. Cuando por fin regresó, sonrió. |
—¿Cuál es tu número uno? —preguntó, su mano acariciaba mi brazo trazando círculos. —Ya lo has conseguido —contesté yo, evadiendo la pregunta. —¿Cuál es, Lailah? —Enamorarme —respondí finalmente, mirándole a los ojos con expresión dubitativa. |
─Le has cambiado ─dijo Nash con una sonrisa─. Ya no está roto. ─Lo ha hecho él solo ─dije mientras nos movíamos de un lado a otro al ritmo de una canción que no reconocía. ─Tal vez, pero tú le diste una razón para hacerlo. |
¿A quién quiero engañar? No puedo salvar la situación. Apenas soy capaz de salvarme a mí mismo. El hombre en el que me había convertido no podía mover montañas y hacer que las cosas sucedieran simplemente porque él quería. Había perdido ese poder cuando dejé atrás mi antigua vida y me había puesto el uniforme del hospital.
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─Cuando te vi aparecer la primera vez, tan joven y atractivo, creí que ibas a romperle el corazón. Nadie podría entender el precio que hay que pagar para amar a una chica como ella. Y sin embargo, tú te has quedado a su lado; y ayer me di cuenta de algo: tú y yo queremos exactamente lo mismo.
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Manolito ...