Gilda tiene 27 años y teme a la muerte, algo normal. Solo que también le da miedo seguir viva, y eso no es tan normal. Lo que pasa es que Gilda está deprimida. Su situación se complica cuando comienza a trabajar de secretaria en una Iglesia católica y tiene que mentir continuamente porque ella si algo es, es atea y además homosexual.
En esta novela de título y portada atrayente, asistimos al monólogo interno de Gilda quien nos hace partícipes de sus obsesiones más enfermizas y sus reflexiones más profundas. Así, de una forma sutil y tierna nos sumergimos totalmente en el mundo de esta veinteañera tan peculiar, a la que enseguida le cogeremos cariño dado que, a pesar de todos los problemas que arrastra, es una joven sensible y empática que solo quiere lo mejor para todo el mundo.
La narrativa del libro, igual que la cabeza de Gilda, está saltando totalmente de una situación a otra, pero no os preocupéis, es fácil acostumbrarse. Por ello, junto a Gilda viviremos situaciones totalmente surrealistas que nos sacarán más de una sonrisa. Porque este libro, si destaca por algo, es por tratar de forma irónica un tema tan importante como es el de las enfermedades mentales. Bueno, aunque diría que trata de muchísimo más. Conforme avanzamos en el relato, la autora pone sobre la palestra todo tipo de temáticas. Aparte de las enfermedades mentales, también se tratan temas como la vida y la muerte, la religión, las relaciones familiares o las adicciones.
Y si todo lo que he dicho os parece poco, también nos encontraremos con unos personajes peculiares a los que adoraremos, con unas escenas divertidas con las que nos reiremos, y con otras situaciones con las que sufriremos, pero, sobre todo, que nos transmitirán esperanza, pues este libro es también un canto a la vida, porque
vamos a morir todos, pero no hoy.
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