La Débâcle de Émile Zola
Y a la cabeza del cortejo reconoció al emperador que volvía a Sedán, después de haber estado cuatro horas en el campo de batalla. La muerte no quería hacer presa en él
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La Débâcle de Émile Zola
Y a la cabeza del cortejo reconoció al emperador que volvía a Sedán, después de haber estado cuatro horas en el campo de batalla. La muerte no quería hacer presa en él
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La Débâcle de Émile Zola
¡Porque hay un desbarajuste tal, que parece que todos se han vuelto locos! Y siempre viene gente nueva, y las puertas no paran, unos se incomodan, otros lloran, y en la casa hay un saqueo completo: los oficiales beben todo el vino, duermen en las camas vestidos; mire usted, el emperador es, después de todo, el más cariñoso, el que ocupa menos sitio; le basta un rincón para quejarse
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La Débâcle de Émile Zola
Pero no era ya aquel fantasma de bandera, anegado en la niebla de la mañana. Bajo el sol ardiente, el águila dorada brillaba, los tres colores de la seda lucían sus notas claras y vivas, a pesar del desgaste glorioso de las batallas. En pleno cielo azul, en medio de los proyectiles, flotaba como una bandera victoriosa
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La Débâcle de Émile Zola
Le insultaba muy quedo, tratando de avergonzarle con palabras violentas, porque sabía que se envalentonaba a los hombres a patadas
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La Débâcle de Émile Zola
Y volvían a salir de los labios las acusaciones fatales de traición: Ducrot y Wimpffen querían ganar los tres millones ofrecidos por Bismarck, lo mismo que MacMahon
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La Débâcle de Émile Zola
¿De qué te quejas? No estamos del todo mal aquí. Tendremos tiempo de exponernos más tarde. A cada cual le toca su turno. Si todos se hiciesen matar al principio, no quedarían para el final
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La Débâcle de Émile Zola
En Solferino estuvimos echados durante cinco horas en un campo sembrado de zanahorias
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La Débâcle de Émile Zola
¿Quiere usted echarse?, ¡quién me ha enviado soldados que se hacen matar cuando no se les manda!
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La Débâcle de Émile Zola
¿Iban a estar mucho tiempo así, echados entre las berzas? No veían nada, no sabían nada. No había medio de formarse una idea de cómo iba la batalla: ¿era una verdadera gran batalla?
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La Débâcle de Émile Zola
En aquel momento un trozo de granada fue a romper la cabeza de un soldado en la primera fila. No lanzó un grito: un chorro de sangre y de sesos, y fue todo
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La Débâcle de Émile Zola
Su esperanza iba en aumento, como una borrachera, desde que había visto el buen orden de todas las tropas. Ya creía en la victoria, siempre que se pudiera atacar a la bayoneta
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La Débâcle de Émile Zola
¡Muchachos, hay que beber a la salud de sus novias, si las tienen, y a la gloria de Francia! ... No hay más que eso. ¡Viva la alegría!
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La Débâcle de Émile Zola
¿Y qué les importa si estamos vendidos? Nada tiene que ver eso. Lo que es preciso que sepan es que los prusianos están ahí y que les vamos a atizar una soberana paliza, de esas que no se olvidan fácilmente
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La Débâcle de Émile Zola
En el momento mismo en que empezaba la batalla, el problema de llenar el estómago se presentaba imperioso, decisivo. Héroes, tal vez, pero estómagos ante todo
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La Débâcle de Émile Zola
Iban a enviarles algunas balas, aligerarse de unos cuantos cartuchos que habían llevado desde tan lejos, sin quemar uno siquiera. Esta vez, todos lo comprendían, la batalla era inevitable
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La Débâcle de Émile Zola
Solo quedaba en él la rabia, el furor inextinguible de la lucha, el pensamiento de que el extranjero iba a entrar en su casa, sentarse en su silla, beber en su vaso. Eso sublevaba todo su ser y hacía que se olvidara de toda su existencia, de su mujer, de sus negocios
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La Débâcle de Émile Zola
En efecto, el segundo ataque de los bávaros acababa de ser rechazado. Las ametralladoras habían barrido de nuevo la plaza de la iglesia, los cadáveres amontonados formaban barricadas, y de todas las callejuelas, se rechazaba al enemigo a la bayoneta, a las praderas; una desbandada, una huida hacia el río, que se hubiera cambiado en derrota, si algunas tropas de refresco hubiesen apoyado a los marinos, ya extenuados y diezmados.
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La Débâcle de Émile Zola
Sin duda oía detrás de sí la voz implacable que le empujaba hacia adelante, la voz que gritaba desde París: "¡Anda, anda! muere como un héroe sobre los cadáveres de tu pueblo, llama la atención del mundo entero, para que tu hijo pueda reinar"
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La Débâcle de Émile Zola
Era Napoleón III, que se le aparecía más grande a caballo, con los bigotes tan retorcidos, afilados, las mejillas tan pintadas, que lo vio en seguida rejuvenecido, pintarrajeado como un actor. Indudablemente se había hecho pintar la cara, para no pasear entre su ejército el espanto de su pálido semblante
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La Débâcle de Émile Zola
Después la fachada reapareció, estropeada, y, allí, sobre el umbral, ella estaba atravesada, muerta, con las caderas rotas, la cabeza aplastada, un pingajo humano, todo rojo, horrible
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